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Campus al borde del desastre

Las universidades francesas, paralizadas desde hace 14 semanas por huelgas de estudiantes y profesores - Los exámenes de 50.000 alumnos penden de un hilo

Antonio Jiménez Barca

En la puerta de una de las entradas de la Universidad de la Sorbona, en el corazón de París, unos guardias de seguridad impiden la entrada a los estudiantes. Algunos protestan, otros se ríen. A la pregunta de por qué no dejan entrar a los alumnos, el guardia responde tajante, sin girar la cara:

-Para que no haya líos con los que están dentro.

Dentro, es decir, en los pasillos de la vieja universidad, a la entrada de las aulas, hay estudiantes, favorables a la huelga, que unidos codo con codo, formando una cadena humana, bloquean el paso e impiden entrar a clase a los que sí quieren ir. Para que unos no se mezclen con los otros, y dado que la policía, desde Mayo del 68, tiene prohibida la entrada en la universidad, el rectorado de La Sorbona ha optado por separar a unos y otros para evitar enfrentamientos. Podría haberlos. El ambiente está muy caldeado, a la espera de que salte una chispa que lo incendie todo.

Los docentes creen que la ley de Sarkozy recortará puestos de trabajo
Muchos jóvenes que protestan se quejan, como en España, de mercantilización

Desde hace 14 semanas, la situación de las universidades francesas es explosiva: un buen número de alumnos y profesores (nadie lo sabe con certeza) se encuentran en huelga por oponerse a varias leyes del Gobierno Sarkozy; hay cerca de 15 universidades (Francia cuenta con 80) paralizadas completa o parcialmente. Y cerca de 50.000 estudiantes afectados, según contaba el viernes Le Figaro, con el curso en el alero. Porque nadie sabe qué pasará con los exámenes, que en teoría deberían celebrarse en mayo. Todo el sector se halla presa de la más completa incertidumbre a este respecto. Algunos responsables universitarios son partidarios de retrasarlos; otros de hacer la vista gorda y aprobar de tapadillo; otros, de suspender a mansalva en función del parón de los alumnos. En todo caso, los estudiantes se juegan el curso en los próximos días. El Gobierno advierte de que no permitirá que haya unos exámenes "de saldo" y avisa a los estudiantes de que se la juegan.

Muchos comparan la situación con la del Mayo del 68. Pero entonces, recuerdan los profesores más viejos, no se perdieron tantos días de clase y, además, al final de curso se hicieron pruebas orales que convalidaron los exámenes escritos.

En 1968 todo venía teñido de cierto idealismo juvenil. Ahora se impone, a veces, el surrealismo puro: hace unos días, en la Universidad de Rennes II, frente a unos setenta alumnos favorables a la huelga que bloqueaban la entrada a la facultad, una cincuentena de padres hicieron una sentada para protestar... ¡Contra los alumnos que protestaban! Y así defender a sus hijos, que según ellos sí querían acudir a clase y no perder el año.

El lejano detonante de las protestas fue la aprobación, en agosto de 2007, de la Ley sobre la Autonomía Universitaria por el Gobierno de Sarkozy. Con algo de retraso, en diciembre de 2008, los rectores de varias universidades se manifestaron abiertamente contra la ley al comprobar que uno de sus efectos era que se iban a suprimir algunos puestos de profesores. A principios de febrero, se unieron a la protesta los profesores-investigadores, una categoría que recela de su nuevo estatus, en el que ven recortados sus derechos. El 4 de febrero, tanto profesores como alumnos convocaron una "huelga total e ilimitada". Los defensores de la reforma de la Universidad en Francia, entre los que se cuentan la ministra de la Enseñanza Superior, Valérie Pécresse, la defienden recordando la necesidad de modernizar las facultades.

En la puerta de la Sorbona, tres estudiantes favorables al paro, aunque sin participar en los bloqueos, uno de Económicas y Sociología y los otros dos de Literatura, explicaban las razones de la dilatada protesta, que coinciden con las críticas que un sector de los universitarios en España hacen al proceso de Bolonia: "Estamos en contra de la reforma de la ley porque convierte a la Universidad en una especie de empresa, la masteriza, con financiaciones privadas, es una ley que desvirtúa el espíritu de la Universidad", explica Milan Bouchet, de 21 años, estudiante de tercero de Económicas y Sociología.

Estos alumnos prefieren dar por perdido el curso y negarse a hacer exámenes antes que cejar en su empeño. "Hay que ser coherente con uno mismo", sentencia Clement Milesi, alumno de tercero de Literatura Moderna. Al lado, un estudiante de Gestión Económica, Kevin Gess, de 22 años, partidario de ir a clase, se encoge de hombros cuando se le pregunta a qué obedece la protesta.

-No lo sé. Lo único que sé es que el año va a resultar inútil.

La derecha acusa a los estudiantes favorables a la huelga de actuar bajo el influjo de la extrema izquierda. El primer ministro, François Fillon, tomó esta semana cartas en el asunto y aseguró: "No vamos a consentir que una minoría impida a la mayoría tener acceso al futuro. Si es preciso, y siempre que los rectores lo reclamen, haremos lo que esté en nuestra mano para devolver el orden a las universidades". El propio Nicolas Sarkozy intervino el jueves en la polémica y avisó de que la reforma universitaria "está hecha y no hay vuelta atrás, ya que fue hecha en interés de los estudiantes y de las universidades".

Milan y sus dos amigos de letras niegan estar instrumentalizados por nadie. Manifiestan que también ellos luchan por su futuro y repiten que no piensan abandonar la lucha hasta que el Gobierno no revoque la ley, circunstancia que éste ha rechazado desde el principio. Mientras tanto, Francia atiende estupefacta a un enfrentamiento que no parece encontrar un final.

Manifestación estudiantil que recorrió la semana pasada las calles de París contra la reforma universitaria impulsada por el Gobierno francés.
Manifestación estudiantil que recorrió la semana pasada las calles de París contra la reforma universitaria impulsada por el Gobierno francés.AP

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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