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25ª Copa azulgrana
Columna
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Siempre que llueve escampa

Andoni Zubizarreta

Mi localidad en Mestalla estaba situada en la tribuna baja frente a la principal, un punto de vista que nunca había tenido del terreno valencianista. En medio de la afición culé, rodeado de bufandas blaugranas, con un par de rojiblancos infiltrados en medio de los cánticos blaugranas. Una localidad desde la que no podía disfrutar de las gradas repletas de soñadores del Athletic ya que mi línea visual era tal que cuando el balón alcanzaba cierta altura había que adivinar dónde caería, ya que la tribuna superior nos impedía ver la pelota. Era mi mejor localidad, a la que me había llevado una llamada de un amigo que me recordaba que no se puede faltar a estos encuentros aún cuando yo estuviera enfadado con todos por cómo se ha llevado lo referente a este encuentro. Enfado que ocultaba un profundo deseo de no acudir a un lugar en donde mi archivo de emociones se iba a encontrar, enfrentadas, olas rojiblancas enfrentadas contra olas blaugranas. Muchas emociones encontradas. Me dijo mi amigo que debía estar para disfrutar de todo, de lo bueno y de lo no tan bueno, me dijo que le gustaría que viera aquel magnífico espectáculo desde la grada, y con ese combustible me puse en marcha rumbo a Valencia. Creo que alguna vez les he hablado de la tensión de los opuestos de la que habla Mich Albon en su libro Martes con mi viejo profesor, esa tensión que descubre las contradicciones en las que nos movemos en nuestro diario caminar y en la que, finalmente, quien gana es el afecto. Y era esta emoción la que alimentaba nuestro coche rumbo al Turia.

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Cuando después de encontrar nuestra localidad y tras firmar algunos autógrafos y posar para unos cuantos cientos de fotos (disculpas para los que no pudieron ser convenientemente atendidos), por fín ocupamos nuestros asientos bien pertrechados con nuestros bocatas y unas cuantas botellas de agua para pasar el trago. Mi compañero de localidad era un elegante señor con mucha experiencia en momentos blaugranas, una enciclopedia de vivencias culés, y que tras presentarnos me contó que era el socio 65 del FC Barcelona. Hablábamos de estas cosas de la pelota cuando el Athletic lanzaba su primer ataque contra la puerta de Pinto. Mi sabio compañero me dijo que tenía dudas de la solidez de la defensa del Barça en su juego aéreo casi en el mismo momento en el que Toquero se transmutaba en un Endika del siglo XXI para llevar la euforia a la parte rojiblanca del estadio (bueno, la parte rojiblanca era casi todo el estadio, olvidando aquello de que se jugaba en campo neutral para convertir Mestalla en un San Mamés mediterráneo).

Estaba yo ensimismado escuchando cómo la grada rojiblanca soñaba despierta con una victoria histórica cuando desde su asiento, ¿Manel? (lo siento pero el ruido de Mestalla me impidió quedarme con su nombre) orientaba a su equipo con un simple: ¡¡¡Tòca-la!!! (¡¡¡Tócala!!!)Y a ello se pusieron los blaugranas con Xavi al mando hasta que Touré encontró un hueco en el centro del campo del Athletic y a un palmo junto al palo de Iraizoz.

Y en ese momento sentí una terrible contradicción en lo más profundo de mi alma que me llevó a hundirme en mi localidad, al darme cuenta de que en el minuto 9 me había levantado en medio de todos los blaugranas para gritar el gol de Toquero y 21 minutos más tarde era el gol culé el que ponía mi corazón a mil revoluciones como un Wembley cualquiera. Cantar y quedarse afónico con los goles de mis equipos era algo que ya conocía, pero perder la voz por gritar los goles que le hacían a mis más profundas convicciones futboleras era algo nuevo, algo sorprendente, algo contradictorio.

Y en medio de estas paradojas andaba mi mente mientras el Barça desplegaba lo mejor de su repertorio para llevar la tristeza a mi alma rojiblanca cuando mi honorable compañero me resumió el partido: "Han sido ustedes un gran rival... Como siempre". Solo me quedó el darle las gracias y apretar un mano que me transmitió a mi alma del Athletic todo el calor de la gent blaugrana.

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