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Columna
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El sueño eterno

Buscando una cita oportuna para ilustrar esta reflexión sobre la Asamblea nacionalista, acude primera la novela de García Márquez sobre el Coronel que no tenía quién le escribiese. Una evocación apropiada para reflejar lo mejor del cónclave: como no sabe irse, ya se le puede echar la culpa de todo a Paco Rodríguez sin que, por una vez, tenga parapeto tras el cual escudarse. Un avance histórico para el nacionalismo, tan acostumbrado a que quien lo gobierna sólo responda por los éxitos y quién da la cara por los fracasos. Sin embargo, resulta más sugestiva la invocación de The Big Sleep, el clásico de Howard Hawks. En la película, ese gran sueño lo dormía una poderosa saga en decadencia, entretenida en todo tipo de inútiles y peligrosas conspiraciones mientras el mundo seguía girando sin prestarles atención. En uno de sus sutiles diálogos, un escéptico Humphrey Bogart le espeta a una compleja Lauren Bacall: "Estese quieta, no abofeteo muy bien a estas horas de la noche". Algo parecido parece pedirle al mundo la exigua mayoría ganadora con la promesa de volver a las esencias: estese quieto, que no me aclaro bien a estas alturas del siglo.

La hipótesis del BNG de más nacionalismo y más izquierda resiste mal el cruce con los datos

En el inicio del viaje a las esencias prometido por Rodríguez y los suyos, la pregunta es obvia: hacia cuáles retornar en una organización que arrastra décadas de interrogarse cada cuarto de hora si está suficientemente a la izquierda o debería poner cuarto y mitad más o si es nacionalista o se pasa por soberanista. El nacionalismo gallego anda sobrado de esencias adonde volver porque decidir cuáles son siempre ha sido el problema. En la comparación con el nacionalismo vasco o catalán siempre se incide en las diferencias organizativas o de implantación social y se considera poco la mayor entre todas: ellos ya decidieron quiénes son, qué quieren y cómo conseguirlo.

La permanente duda existencial del BNG encubre la contradicción imposible que representa hoy su formación dominante, la UPG: lograr ser un partido mayoritario en un país conservador sin dejar de ser una organización proclamada marxista-leninista. Tras su aparente rocosidad ideológica, se extiende un vacío que disimula como puede calculando ambigüedades que la llevan, por ejemplo, a reclamar la nacionalización del suelo urbano mientras ejemplifica las políticas nacionalistas transformadoras y correctas con la decisión de Quintana de sustituir el demencial sistema de brigadillas municipales por un sistema profesionalizado de lucha contra los incendios.

La tesis oficial afirma que el retorno esencial marcará el reverdecer electoral. Pero la hipótesis de más nacionalismo y más izquierda resiste mal el cruce con los datos. La evolución del voto nacionalista no es uniforme en todo el país como sugiere la doctrina. El 1-M, el BNG perdió más de 40.000 votos, pero el 70% se malogró en A Coruña. ¿Es que fue mayor la decepción con el cambio en tierras coruñesas porque se aplicaron políticas distintas, o fue mayor la desconexión con la militancia porque el activista coruñés es más sibarita, o es que hay más nacionalistas y son más rojos que en las restantes provincias? La teoría del déficit esencialista no construye una explicación, sino otra leyenda urbana nacionalista.

La Asamblea concluye un largo período de cohabitación entre las dos almas que mueven al nacionalismo gallego. Descanse en paz. Bienvenida sea la tensión creativa entre su alma conservadora y su alma, con perdón y en el buen sentido de la palabra, liberal y federalista. Ya Brañas quería volver a las esencias. Risco también quería regresar. Una parte del nacionalismo gallego siempre quiere volver a un pasado idealizado que sólo existió en sus recuerdos, mientras otra prefiere aventurarse en el ideal de una nación que no se construye por decreto.

El mismísimo joven Castelao, recién llegado de la Francia de Acción Nacional, quiso viajar de vuelta a las esencias. Pero al final, se impuso, como en Aureliano J, Pereira, Vilar Ponte o Bóveda, eso que siempre mantiene en pie al nacionalismo gallego, ese espíritu que bien podríamos llamar jeffersoniano, porque prefiere los sueños del futuro a las historias del pasado.

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