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Columna
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Beneficencia

Es de todos conocida la historia: el pasado 25 de abril se celebró en Roquetas de Mar un concierto benéfico a favor de Juan Manuel López Fenoy, que padece síndrome de Alexander. Esta enfermedad no tiene tratamiento en ningún lugar del mundo. Tan sólo el Dr. Messing ha presentado una solicitud a las autoridades sanitarias de EE UU para iniciar una investigación en laboratorio, previa a las pruebas con animales y, llegado el caso, a los ensayos clínicos. Es decir, no hay fármaco ni tratamiento disponible en el momento actual ni a medio plazo. Por tanto, el concierto benéfico en el que participó David Bisbal no tiene ninguna utilidad. Lo recaudado podrá donarse, llegado el caso, al investigador para que inicie la búsqueda de un tratamiento a esta enfermedad de las llamadas raras (que padecen menos de cinco personas de cada 10.000) pero no va a ayudar al niño almeriense. El sistema sanitario público ha sufragado el diagnóstico hasta que por varias fuentes médicas diferentes se ha llegado a la misma conclusión. El concierto nos trajo a la memoria actividades benéficas de hace 20 ó 30 años, cuando era necesario recaudar dinero para que la gente humilde pudiera tratarse en EE UU como hacían entonces cantantes y millonarios. Ahora, el sistema público trata por igual a todos los ciudadanos y les ofrece cualquier solución que la ciencia haya resuelto para cada caso. Por tanto, en primer lugar, hay que destacar la inutilidad de un concierto benéfico que, por desgracia, no va a poder resolver el grave problema de Juanma. Es comprensible la actitud desesperada de los padres pero sería oportuno que nadie cayera en la demagogia, que ha sido mucha y muy grande en este caso. No hay tratamiento disponible. El SAS ha hecho todo lo posible.

Ya puestos en que un artista acepta cantar a beneficio de una causa tan noble como imposible no cabe otra que hacer las cosas según disponen las leyes. El concierto tendrá que hacerse según la legislación de espectáculos española en cuanto a seguridad y en cuanto a propiedad intelectual. Todos los suministradores del concierto, sean los proveedores de energía, el agua, la limpieza y demás, cobraron sus servicios. Cabe suponer que los músicos y técnicos de David Bisbal les ocurrió otro tanto, ya que no cabe esperar que el altruismo del cantante obligue a todos los que trabajan con él o en el concierto. Si hay recaudación es necesario aplicar la ley, por lo cual la Sociedad General de Autores tiene que recaudar el 10% que establece la Ley de Propiedad Intelectual para repartir entre los autores de las músicas interpretadas por el cantante almeriense. Es una cuestión de sentido común. La SGAE no es una hidra voraz que se lleva el dinero con que satisfacer oscuros intereses o para el enriquecimiento personal de sus dirigentes. Se limita a gestionar los derechos de los autores. No hay excepciones ni puede haberlas, salvo que los autores hagan expresa dejación de tal derecho en un contrato con los promotores del concierto. Caso diferente es que la SGAE haya hecho una donación por el montante del 10% de la recaudación (5.629 euros) con carácter excepcional y solidario. No se puede pedir que los conciertos benéficos no paguen derechos porque entraríamos en una casuística infernal: ¿Qué es benéfico? ¿A beneficio de quién? ¿Quién determina qué es benéfico? ¿Cómo se detecta un engaño? La SGAE tan sólo se queda con el 9% de lo recaudado como gastos de gestión, el resto lo reparte entre los autores del repertorio, algunos socios suyos y otros de entidades con las que tiene convenio. Ninguno aceptaríamos que otra persona decidiese en nuestro nombre donar nuestro sueldo a una ONG. El que quiera donarlo lo tendrá que hacer de manera personal y voluntaria, no por ninguna campaña demagógica ni por la presión de los medios de comunicación. El concierto, por muy benéfico que sea, tendrá que cumplir las leyes. Además, por desgracia, no va a servir para nada.

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