El pacto como 'macguffin'
A una semana del debate sobre el estado de la nación parece estar configurándose un nuevo macguffin en la política española: un pacto para salir de la crisis, entre las principales fuerzas políticas y sociales. Y sin embargo, hace muchos meses que la política de pactos, de sacrificios compartidos para abordar los peores efectos de la Gran Recesión y encaminar a nuestro país a un nuevo modelo de crecimiento basado en el aumento de la competitividad, está madura en la sociedad, pero sólo ha llegado hasta nosotros -y en medio de una gran falta de concreción- cuando estamos a puntos de ahogarnos en la profundidad y velocidad de la crisis. Para que de verdad nos creamos la posibilidad de un consenso sobre la política económica, sus protagonistas han de contestar al menos a dos preguntas: ¿tienen la voluntad política de alcanzarlo o es un conejo en la chistera para desviar a los otros la responsabilidad de boicotearlo?; ¿cuáles son los contenidos de ese pacto ya que hasta ahora las declaraciones sobre lo que unos y otros harían van en distinta dirección? Como con Hitchcock, la trama avanzaba, pero el pacto no parecía tener relevancia en ella.
Una consecuencia de la recesión es el estallido de las reglas de gobernanza para trabajar con una moneda única
¿Por qué emerge ahora el anhelado pacto? Más allá de estar a un mes de las elecciones europeas, con la perspectiva de una abundante desafección ciudadana ante las mismas (véanse los resultados del último eurobarómetro), repasemos, por ejemplo, los resultados del sondeo de Metroscopia que ayer publicaba EL PAÍS: a pesar de la que está cayendo, el PP sólo aventaja al PSOE en 1,2 puntos, pero le gana y ello llena de inseguridad a los socialistas; la valoración de los dos principales líderes, Rodríguez Zapatero y Rajoy es deprimente, ambos suspendidos mayoritariamente por los encuestados. Además, el 81% de los ciudadanos considera que la situación económica es mala o muy mala, y un 53%, que irá a peor.
Son muy explicables estos últimos porcentajes. Los ciudadanos no son unos excéntricos. Esto es lo que está cayendo: al decrecimiento de la economía española -en tasa anualizada, alrededor de un 7%- y al aumento espectacular del paro (más de 800.000 personas en un solo trimestre) se les pueden unir, en el futuro inmediato, un problema de solvencia en diversas entidades financieras (como consecuencia de los incrementos en las tasas de morosidad algunas de ellas pueden entrar en pérdidas) y, atención, el enorme endeudamiento en términos de déficit público en la Administración central, comunidades autónomas y ayuntamientos.
La Comisión Europea tiene previsto publicar hoy las estimaciones de déficit público de la economía española, que será al menos del 8,6% del PIB en el año en curso y superior en 2010. Otros analistas indican que estas previsiones son muy moderadas y que el déficit en el ejercicio en curso llegará al 10% y al 11% un año después. Una de las consecuencias de la recesión ha sido el estallido de las pocas reglas de gobernanza económica de las que nos habíamos dotado los europeos para trabajar con una moneda única.
Es buena noticia que el Gobierno haya convocado un Consejo de Ministros extraordinario para evaluar las más de 80 medidas que forman parte del programa de estímulo (Plan E), un año después de que comenzaran a aplicarse. Se trata de auditar su efectividad para ver si pueden repetirse o no en los Presupuestos Generales del año 2010, cuyas líneas generales han de saberse antes del verano; por ejemplo, la devolución de 400 euros a 16 millones de contribuyentes en el Impuesto sobre la Renta, que costó 5.400 millones de euros; la inyección de 2.500 euros por niño nacido (el llamado cheque bebé), que costó más de 1.100 millones de euros; cómo va la construcción de las 600.000 viviendas de protección oficial prometidas para toda la legislatura; a qué se han dedicado la mayor parte de los 8.000 millones de euros del fondo estatal de inversión local. Etcétera. Será mejor corregir los tiros equivocados para que el efecto multiplicador de los estímulos sea superior en la demanda.
Todo ello puede formar parte de ese pacto que ahora parece ponerse encima de la mesa. Bienvenido si es consecuencia de la convicción de nuestros representantes. Esperemos que no sea un macguffin ni para el Gobierno, ni para una oposición muy desdibujada en materia de política económica.
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