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Columna
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Extrañas parejas

La política siempre formó extrañas parejas. Sólo hay que ver las fotos que se hicieron juntos el mes pasado el alcalde de Madrid y el ministro de Industria. Aquel día en la nave de Boetticher tocaba una de avenencia y colaboración y los señores Ruiz-Gallardón y Sebastián escenificaron ante la galería su total empatía como si el rencor mutuo no habitara ni haya habitado nunca en cada una de sus neuronas. Es realmente meritorio, sobre todo en el caso del alcalde, que ni en cien años olvidaría la afrenta del entonces candidato y hoy ministro en aquel debate televisivo en que descompuso la cara de don Alberto mostrando ante las cámaras la foto de una señorita. Muy encoñado debe estar el alcalde con ese proyecto de la llamada catedral de las nuevas tecnologías, y que por cierto ya ha presentado seis veces, para tragar con la reconciliación, los abrazos y el título de "querido ministro" con que se dirigió a Sebastián. Pedazo de político, pedazo de actor. Si el guión lo exige, Gallardón y Sebastián podrían interpretar la escena del sofá, pero nunca serán amigos.

Sólo el hecho de que salgan de las reuniones sin proferir insultos resulta esperanzador

En cambio, lo de Pepiño Blanco y Esperanza Aguirre promete. Casi no puedo imaginar a dos personajes más políticamente antitéticos, y ya sabemos el poder de atracción que surge entre polos opuestos. Sólo un desparpajo como el de la señora Aguirre puede obrar el prodigio de que parezca natural su presencia en la toma de posesión de alguien a quien tantas veces ha puesto a parir. Fue como si pasara por allí y decidiera soltar un par de besos de felicitación al político que probablemente concite mayores fobias entre su electorado. Pero esa puntada más que hilo llevaba bramante y la señora presidenta, además de sorprender al propio Blanco, logró dejar a Magdalena Álvarez como la intransigente. Y aunque sea verdad que en su mandato al frente de Fomento no fue muy espléndida con Madrid, también es cierto que Esperanza Aguirre se lo puso bastante difícil provocándola y buscando el enfrentamiento con el Gobierno de la nación desde el primer momento.

Ahora las circunstancias políticas han cambiado y le conviene entenderse con Pepiño por mucha bestia negra que le parezca a su electorado. Tal y como está el patio, el de Fomento es casi el único ministerio que puede dar algo, y siempre será mejor ir de la mano con el diablo a las inauguraciones que no tener ni una triste cinta que llevarse a la tijera. El señor Blanco también le ha visto luces a la jugada. Su idilio con la señora Aguirre puede lavar esa imagen de conspirador sectario que tan afanosamente se ha creado a lo largo de su carrera, y además con Madrid están en deuda. Sea por lo que sea, lo cierto es que esa entente cordiale a los madrileños nos conviene.

En Madrid hay tanto por resolver que no se resolvía y tanto por hacer que no se hacía por culpa del mal rollo que sólo el hecho de que salgan de las reuniones sin proferir amenazas ni insultos resulta esperanzador.

De momento, y en las dos horas y media que estuvieron juntos en el despacho de Blanco, avanzaron bastante más que en los últimos cinco años. Sellaron un acuerdo para ampliar a lo grande la red de Cercanías, para llevar el metro a Torrejón por las vías de Renfe, para meter la directa en las obras del tren Chamartín-Barajas y adjudicar las de la nueva estación de Atocha. Por vender hasta vendieron el acelerar las obras de la estación de Sol, cuando ya no cabe acelerón que valga porque a esas obras, donde Fomento ha trabajado mejor de lo que se ha dicho, apenas le quedan dos telediarios. En su afán por no reñir, nada dijeron de los compromisos incumplidos de Zapatero con los carriles bus y en cambio si hubo luz verde para adjudicar la R-1, que parte con tanto retraso que se ha quedado corta antes de que arranquen las excavadoras.

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Pero ninguno de los proyectos apuntados, ni otros que acordaron, simbolizan tanto los nuevos tiempos de concordia como el acuerdo sobre el cierre norte de la M-50. Aquí Blanco no le ha hecho ascos a tragarse todo lo que el Gobierno de la nación ha dicho y hecho contra esa vía. Y no sólo fueron las ministras de Fomento y Medio Ambiente que ya están fuera del ejecutivo, también se opuso la de Administraciones Públicas, Elena Salgado, que hoy es vicepresidenta económica. Doña Elena aseguró entonces que el túnel bajo el monte del Pardo "tendría un extraordinario impacto ambiental". Nada de eso parece importar ni entorpecer la relación de esta extraña pareja. Aunque tengan mala fama los amores convenidos no suelen ser efímeros. Así que estamos de enhorabuena.

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