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Columna
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Reflexión urgente

La izquierda de tradición comunista nunca lo ha tenido fácil, pero empezó a tenerlo muy difícil cuando se inició el desmoronamiento del llamado socialismo real en la década de los ochenta del pasado siglo y prácticamente imposible tras el derrumbe de dicha fórmula de gobierno tras la caída del muro de Berlín en 1989. A partir de este momento el comunismo había dejado de ser, al menos en el ámbito regional europeo en que España está encuadrada, una opción política. Podía continuar siendo una opción filosófica personal, pero no podía ser portadora de un proyecto de convivencia.

La reconversión se convirtió, pues, en el único horizonte para dicha izquierda de procedencia comunista. No tenía por qué desaparecer, pero sí tenía que hacer una reflexión sobre qué suponía hacer una política de izquierda en una sociedad poscomunista, es decir, en una sociedad en la que el comunismo había dejado de ser una oferta política y, como consecuencia de ello, también una oferta electoral.

Las condiciones para hacer esta reconversión por parte de la izquierda de tradición comunista española eran menos malas que para la de otros países europeos. Como consecuencia de la Guerra Civil y de los 40 años del régimen del general Franco, en España hubo un partido comunista que adquirió una reserva muy importante de legitimidad democrática sin que al mismo tiempo llegara a tener una organización comparable a la que tenían sus homónimos francés o italiano. La izquierda comunista española tenía menos peso muerto que arrojar por la borda y podía hacer su transición hacia el poscomunismo con más facilidad.

El comienzo de la transición fue prometedor. Después de que el Partido Comunista hubiera tocado fondo en las elecciones de 1982, en las que pasó de los 23 diputados de 1979 a solamente 4, estaba claro que con las siglas PCE no se podía seguir. De ahí vino la constitución de IU, que fue aceptada inmediatamente por la sociedad española sin ningún tipo de reserva. Desde hace más de 20 años el PCE es como si no existiera, habiendo sido ocupado su lugar por IU.

En muy poco tiempo y con un sistema electoral tan penalizador de los partidos pequeños como es el nuestro, IU empezó a recuperar con cierta rapidez la presencia electoral que había tenido en su momento el PCE, llegando casi al techo electoral de 1979. La fase inicial de la reconversión se hizo, pues, de una manera rápida y con bastante éxito. En las elecciones celebradas entre 1993 y 1996, dos generales, unas europeas, dos andaluzas y municipales y autonómicas de las comunidades del 143, IU se convirtió en una fuerza política que ocupaba un lugar destacado en el sistema político español y en varios subsistemas autonómicos y municipales.

En ningún sitio llegó a ser tan exitosa esa reconversión y llegó a tener una posición tan destacada IU como en Andalucía. IU a partir de 1994 dispuso del poder suficiente, como consecuencia de sus resultados electorales, para haber ocupado posiciones claves en el Gobierno de la Junta de Andalucía y para haber ocupado una posición muy sólida en lo que al poder municipal se refiere. Con los resultados de las municipales de 1995, IU pudo haber conservado la alcaldía de Córdoba y haber accedido a la alcaldía de Málaga. Ambas fueron a manos del PP por no pactar con el PSOE.

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Con dicha opción empezaron a deslizarse por una pendiente que progresivamente les ha llevado a la marginalidad y que se ha traducido en que les ha llegado a resultar insoportable tener en sus filas a alguien que se resistiera a ser portadora de una política marginal. Por eso han acabado perdiendo a la persona con mejor imagen y de mayor prestigio que quedaba dentro de la coalición.

Sobre esto es sobre lo que la dirección de IU debería reflexionar. Y con urgencia.

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