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Columna
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Ídolos

Los ídolos no hablan. Sean de oro, de hierro o de piedra los ídolos permanecen impasibles, con la boca cerrada, ante el vaivén de los hombres. El silencio es el tesoro más valioso en cualquier tabernáculo. En medio de la frenética algarabía de la humanidad a Buda no ha habido forma de arrancarle una sola palabra durante miles de años. Se presenta ante sus fieles sonriente o airado, con barriga o sin ella. Si su imagen puede expresarlo todo, es sencillamente porque calla. Alrededor de una máscara bailan en la selva los seres primitivos para celebrar las victorias sobre sus enemigos, implorar beneficios a las fuerzas sobrenaturales o ahuyentar a los malos espíritus. La máscara presencia ritos, fiestas y matanzas sin alterar la expresión. En el interior de sus ojos vacíos habita un poder oscuro que cohesiona a la tribu. La esfinge de Gizeh se ha dejado roer el rostro por el viento del desierto antes que contestar a los millones de curiosos que la han interrogado inútilmente. Si un día la esfinge cometiera la frivolidad de desvelar su enigma, sin duda ese secreto se convertiría en un gran titular en todos los noticieros del mundo, pero a continuación, pasada la novedad, la esfinge perdería todo el prestigio acumulado durante siglos y al poco tiempo su respuesta se convertiría en materia de concurso de televisión. Ni los ídolos que imprimen carácter a las religiones animistas ni los tres dioses monoteístas que gobiernan nuestra vida mediante el Libro Sagrado se han ido nunca de la lengua. Su poder se deriva de su silencio, pero su ejemplo no lo siguen los grandes sacerdotes ni los políticos, que los representan en la tierra. Ahora parece que a los políticos y a los obispos, antes tan sobrios, la lengua les llega a los pies y se la van a pisar un día. Dicen una cosa por la mañana y la desdicen por la tarde, mienten en la prensa y se desmienten en la radio, no paran de soltar aire por la boca, como si tuvieran el cuerpo lleno de flato que necesitan liberar a toda costa para no reventar. Nadie puede ser temido o admirado si no se protege con la coraza impenetrable del silencio. Los políticos que dejan una huella más profunda en la historia son aquellos cuyo hermetismo se parece al que proyectan las máscaras.

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