El diseño de una voltereta
Cuando los clarines anunciaron la salida del cuarto de la tarde, Rafaelillo tomó el capote y se encaminó, diámetro arriba, hacia la puerta de chiqueros entre el murmullo popular. Allí, en la raya del tercio, se hincó de rodillas. La espera fue larga, casi dos minutos, el corazón a cien por hora y un nudo en su garganta y en la de todos. Por fin, se hace presente el toro, negro, bien plantado, imponente, astifino, y se para en la misma puerta. Mira al torero, anda un par de metros, sin perderlo nunca de vista, y echa de nuevo el freno. Así, hasta una tercera vez, ya a dos metros del torero, allí todavía clavado en el albero. Y ese toro que piensa: a éste lo voy a coger primero con el pitón izquierdo, y según vaya bajando de las alturas, le voy a dar un toque con el derecho y, después, de una patada lo lanzo directamente fuera de la plaza. El diseño perfecto de una voltereta. Afortunadamente, la inteligencia de Rafaelillo le permitió levantarse raudo, tirar el capote y tomar las de Villadiego. Así contado parece una broma, pero sólo Dios sabe dónde estaría ahora el torero si no se esfuma de la cara del toro. Porque ese animal, como toda la corrida, fue correoso, incierto, bronco, manso y violento.
De la Maza / Rafaelillo, Vilches, Joselillo
Toros del Conde de la Maza, muy bien presentados, mansos y broncos.
Rafaelillo: estocada (ovación);
dos pinchazos y estocada
tendida (ovación).
Luis Vilches: pinchazo bajo, un descabello —aviso— y un descabello (silencio); estocada que asoma y bajonazo (ovación).
Joselillo: estocada (ovación); pinchazo y bajonazo —aviso— (silencio).
Plaza de la Maestranza. 20 de abril. Quinta corrida de feria. Media entrada.
Hubo otro momento de enorme peligro. Ocurrió durante el tercio de varas del sexto, que derribó al caballo, y el picador quedó con la pierna derecha atrapada bajo el animal, mientras el toro lanzaba cornadas al aire que, por un auténtico milagro, no acertaron con el objetivo.
La corrida, en fin, tuvo migas. Durísima y dificilísima. Toros con genio, de pésima condición, de muy corto recorrido, que lanzaban gañafones por doquier; toros imposibles para el toreo moderno y toreros machos a los que el público torerista de hoy no les reconoce el tremendo esfuerzo que supone matar este tipo de corridas con dignidad.
Se salvó del desastre el quinto toro, encastado, que iba y venía con más franqueza no exenta de dureza. Le tocó a Luis Vilches, un torero estilista al que maltrataron con esta corrida y que reaparecía después de ocho meses de convalecencia tras una grave cogida. Sólo pudo estar digno ante el bronco segundo, y muy firme en el quinto, por encima de su oponente en una labor de menos a más. No fue una faena completa, pero sí muy emotiva. Mató muy mal, y perdió la oreja que tenía ganada. Salió al tercio a recoger una ovación con lágrimas en los ojos, y él sabe mejor que nadie que sólo él dejó que se le escapara el triunfo.
Rafaelillo estuvo toda la tarde hecho un jabato ante un lote infumable. Sorteó derrotes, arreones varios y miradas de miedo, pero dejó claro que es un héroe. Y valiente y decidido, también, Joselillo, que se peleó de verdad con el tercero, y aburrió, también es verdad, ante el sexto, que embestía sin entrega y al que dio muchos pases y toreó poco.
Dos apreciaciones finales. La primera: si quedaran aficionados auténticos, los tres hubieran salido de la plaza a los gritos de "toreros, toreros". Y la segunda: por qué la empresa de Sevilla sigue contratando a esta ganadería, a pesar de sus reiterados fracasos. Ése sí que es un misterio, y no el de la Santísima Trinidad.
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