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Reportaje:

Susto de Nadal ante Murray

El español sufre ante el escocés para meterse en su quinta final en Montecarlo

La sangre manda, los genes sentencian, y los primeros pasos del niño marcan las zancadas del hombre. Todo eso lo descubrió ayer Andy Murray tras caer derrotado en las semifinales del Masters de Montecarlo contra Rafael Nadal (6-2 y 7-6 ), que hoy buscará contra Novak Djokovic su quinto título consecutivo en el Principado. Murray, uno que lleva dos años intentando adaptar su fulgurante juego a la lentitud de la arcilla, fue víctima de su propio instinto. Al tie-break de la segunda manga llegó luchando contra sí mismo, bregando y sufriendo, salmón que remonta el río. Ahí, frente a la muerte súbita, tremendo en su desafío, Murray siguió aplicando ese librillo, un poco de paciencia y un mucho de trabajar el punto, para encontrarse con que el de enfrente tiene patentada la receta desde niño. Manuel Orantes reflexiona sobre el asunto desde hace tiempo. "A todos nos gustaría jugar como Ronaldinho", suele contar el genial granadino; "pero Nadal lleva en la sangre el juego sobre tierra, tiene esa cultura de la estrategia y la táctica... Desde siempre le han enseñado a trabajar los puntos".

Si el calor permite jugar a toda pastilla, en Roland Garros Murray será un peligro

Murray perdió, y Nadal se quedó analizando los porqués de un partido que pasó de sencillo a peliagudo. "He empezado jugando bien, con paciencia, jugando bolas altas sobre su revés... con la táctica perfecta hasta el 6-2 y 5-2", analizó en TVE-1. "Luego he cometido algún error, normal, por los nervios de meterme en la final".

La presencia de Murray en la semifinal no mide sus progresos: no hubo rivales de renombre en su camino. Su partido de ayer, sin embargo, se parece a un aviso. Nadal, liberado esta semana de los vendajes en las rodillas, jugó sin alardes. El escocés dio más pistas. Hay gestos fundamentales que aún le resultan antinaturales: resbalar, por ejemplo. Convivir con la realidad de que su saque es menos dañino. Maneja, sin embargo, una ventaja sustancial. Domina la táctica en una superficie donde la estrategia gana puntos. Hay que mirar al cielo. Si el sol atiza en París, si el calor permite jugar a toda pastilla, en Roland Garros Murray será un peligro. Ayer, con la tierra apelmazada por la humedad y el partido decidido (6-2 y 5-2), le ganó un metro a la pista y extendió la segunda manga hasta el tie-break, punto de partido en contra incluido. Le falta un hervor, pero conoce el camino.

Para empezar, trabajo duro. Murray no concedió especio a las celebraciones tras ganar el Masters de Miami. Voló hasta el Reino Unido, se calzó dos larguísimas tobilleras, y empezó a mancharse con la arcilla de las pistas de Roehampton. No fue lo único que hizo. A cada sesión práctica le siguió el gimnasio. La tele, encendida para distraer al dolor. La sudadera negra, abrochada hasta el cuello para combatir el frío. Y sobre un banco, las pesas de 15 libras, una a cada extremo de la barra, esperando para trabajar los hombros, el pecho y los bíceps. La armadura con la que luchar sobre arcilla.

Para seguir, Murray está dispuesto a recorrer un camino inverso al de Nadal. Mientras el mallorquín trabajó para adaptase a las pistas rápidas, el escocés, temible sobre cemento, rema para adaptarse a la arcilla. Alex Corretja, un maestro, le asesora en la materia. Su sello empieza a dejar su impronta. Hace un año, Corretja reflexionaba sobre Nadal. "Con el revés, la primera vez que jugó Roland Garros, sólo la pasaba", decía. Coincidencia o no, contra ese revés tan mejorado, quizás el arma más atacable del número uno, intentó ayer percutir Murray, pesado en el golpeo, intenso en el martilleo, superado luego. Nadal ya no es aquel niño. Hoy busca su quinto título en Montecarlo. Mañana le aguarda otro desafío: el quinto Roland Garros consecutivo.

Nadal celebra su victoria ante Andy Murray.
Nadal celebra su victoria ante Andy Murray.AFP

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