El hombre del discurso anacrónico
Hugo Chávez se equivoca con respecto a China en unos treinta años. El presidente venezolano aprovechó una reciente reunión con su homólogo Hu Jintao para proclamar que el centro de gravedad del mundo se ha trasladado a Pekín, y que el imperio estadounidense se ha venido abajo. Esa fanfarronada tal vez gustase en la China anterior a la reforma, pero está fuera de lugar en el actual Reino Medio.
En tiempos de Mao Zedong, Chávez podría haber acudido a Pekín a compartir su cháchara revolucionaria con camaradas de Corea del Norte y Albania. Por aquel entonces, la peculiar ideología comunista de Mao era lo primero, y Estados Unidos era un claro enemigo.
Chávez es al menos tan antiestadounidense como Mao. Quiere que China le ayude a dejar de vender la mitad del petróleo venezolano -aproximadamente 1,2 millones de barriles diarios- a Estados Unidos. Pero por hambrienta que esté China de petróleo, no es realista pensar que pueda sustituir a la demanda estadounidense. Las refinerías chinas siguen mal preparadas para refinar el pesado petróleo sulfuroso de Venezuela. Es posible que los actuales líderes chinos compartan los recelos de Chávez con respecto a algunas posiciones estadounidenses -en cuestiones militares, políticas y económicas-, pero se guardan sus críticas a Estados Unidos por una buena razón: China debe seguir exportando mercancías al mercado más grande del mundo. El consumo chino acabará desatándose, pero tardará años.
Además, aunque una China más rica acabe vendiendo menos juguetes y zapatos a Estados Unidos, éste seguirá siendo un mercado básico para los productos chinos de alta tecnología, sus automóviles y quizá incluso sus marcas de lujo. China ha sacado a millones de habitantes de la pobreza extrema, pero el comercio sigue abriendo el camino del progreso hacia la tierra prometida de la prosperidad de clase media.
China no tiene problemas con los regímenes impopulares. En la comunidad internacional, Venezuela parece respetable en comparación con otros amigos como la República Democrática del Congo (RDC) e Irán. Pero los motivos de Pekín son más capitalistas que políticos. La RDC es un rico filón de cobre y cobalto. Irán se asienta sobre una reserva intacta que contiene el 8% del gas natural del mundo, y para cuya explotación China ha firmado un acuerdo.
En todo caso, la política china de salir a comprar todos los recursos naturales que pueda mientras los precios están bajos muestra un Estado que se guía por el pragmatismo y el beneficio. Muy diferente de Venezuela. La bravata de Chávez, como buena parte de su política, es un anacronismo.
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