Mentiras, ministros y mudanzas en tiempos de crisis
Llegaron los cambios y nos pillaron con la pasión en vacaciones. Más o menos como a Gila cuando nació: su madre estaba en el cine. Estábamos tranquilos los mayores observando las procesiones de los penitentes, entretenidos contando los lazos blancos de los cofrades y atentos a los sonidos de la Semana Santa: los decibelios de tambores de Calanda, silencios de Zamora, picaos de Sonsierra o saetas malagueñas, esos ruidos de la España nuestra. Y llegó un trueno, no vestido de nazareno, sino de renovado Zapatero, y su sermón resultó más ruidoso que las confesiones mediáticas del hermano Antonio Banderas. ¡Menos mal que no pensó en él como ministro de Sanidad! Banderas sería un puntazo si tuviéramos ministerios modernos, tipo Exteriores y Hollywood, Cultura y Taquillazos, o Seducción y Zorrerías. Somos muy clásicos. Seguimos siendo más de letras, filosofía, filología con unos adornos en economía en vez de ser masterizados en Internet y sus afluentes. Ya veremos. Los piratas atacan por muchos frentes. Y los golfos son capaces de esconderse entre mangas y capirotes. Aplaudo esta valentía laica de hacer mudanzas en tiempos de crisis.
Banderas sería un puntazo en ministerios modernos, tipo Exteriores y Hollywood, o Seducción y Zorrerías
Decía el poeta Yeats que "a los mejores les falta toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada vehemencia". Me gustan los que dudan, los que se cuestionan y los que ironizan. Entiendo a los que se mienten a sí mismos, siempre que no nos mientan mucho a los demás. Salí decepcionado con un ministro intelectual, que venía de reivindicar el placer de "vivir sin ser visto" y terminó usando herrumbrosas lanzas para salir en las fotos. Le deseo que vuelva a ser el otro. El que hace, dice o cuenta sin necesidad de vehemencia para defender los errores.
Quizá fue Perec el que dijo que "una confesión escrita siempre es falsa", no quiero que suene a falso, puedo prometer y prometo que me alegré por mí, por lo público, por la educación, sus espacios y sus contenidos, cuando supe que el nuevo ministro de Educación era Ángel Gabilondo. El nombramiento me pilló -perdón por la confesión- entretenido con el inmaduro Gombrowicz, con su rescatado Curso de filosofía en seis horas y cuarto. Se confiesa admirador y seguidor de Schopenhauer frente al "detestado y zopenco" de Hegel. Le tengo que preguntar al ministro, destacado hegeliano, si tengo que dejar de seguir a tipos como Gombrowicz, que aseguran que las teorías de Hegel eran irreprochables pero "no valían nada".
Bajé de mi nube. Quise ir al cine, pregunté a mi crítico de cabecera por Mentiras y gordas. Casi me pega. Argumenté que era la primera en taquilla y, además, el guión era de la nueva ministra, Ángeles González Sinde. Me pegó. Contraataqué con La buena estrella. Se acobardó. Rematé con Una palabra tuya. Me crecí, le hice prometer que veríamos esas "gordas mentiras". Y sin salir a fumar. Por Salgado.
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