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Columna
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¡Suerte!

Las notas aparecidas estos días sobre los ministros recién nombrados, en especial sobre los que no venían de la política, han tenido, por lo general, algo de necrológica. Si uno las leyera sin saber lo que ha ocurrido, se pondría en lo peor. Ayer por la mañana, en un programa radiofónico, los tertulianos glosaban las virtudes de Ángel Gabilondo y de Ángeles González-Sinde como si hubieran fallecido. Siendo así que habían pasado a mejor vida juntos y en fechas tan luctuosas, pensaba uno que quizá habían tenido un accidente de carretera. ¿Y qué hacían juntos, en el mismo automóvil, el rector de la Autónoma de Madrid y la presidenta de la Academia de Cine? "Oye", habrá preguntado más de uno a su mujer, "¿tenías idea de que hubiera algo entre Ángel Gabilondo y Ángeles González-Sinde?".

Lo cierto es que el coche oficial tiene algo de coche de cortejo fúnebre. Yo he montado en varios (no porque haya sido ministro, sino porque he sido deudo de algún difunto), y están bien, puedes estirar las piernas (que es parecido a estirar la pata), pero se respira en ellos una atmósfera de tristeza que hace daño. Observas desde sus ventanillas tintadas a la gente de a pie (nunca mejor dicho) y comprendes que en alguna medida, por honesto que seas, sus afanes ya no son los tuyos. Has cambiado de dimensión. ¿Qué sabe un ministro de recoger al hijo o al nieto de la guardería? ¿Qué, de llevarlo al pediatra o de administrarle el jarabe? ¿Acaso recuerda cómo huele una ferretería? ¿Le han dolido los riñones por guardar cola? ¿Ha evitado viajar a Japón por miedo a no saber regresar por la noche al hotel? En fin, les deseamos lo mejor, pues lo mejor para ellos será también lo mejor para nosotros. Sólo una cosa nos parece injusta: ¿Por qué se escriben necrológicas para los recién nombrados y no se publican natalicios para los cesados?

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