Esplendor
En aquel tiempo de esplendor en las clínicas de cirugía estética había largas colas de gente dispuesta a cambiar de alma trasquilándose la nariz o rebanándose la papada. Algunos padres regalaban a sus hijas adolescentes labios y tetas de silicona en los cumpleaños y había ricachones muy caprichosos que llevaban al quirófano la silueta de Brad Pitt o de Angelina Jolie de tamaño natural y pedían al cirujano que la extendiera sobre el cuerpo, la recortara con el bisturí por la línea de puntos y la carne sobrante se la echara al gato. Mientras sucedía esta carnicería, los carpinteros fabricaban sillas y mesas, los panaderos vendían pan, los campesinos cultivaban frutas y hortalizas. En aquel tiempo de esplendor surgían por todas partes magos de las finanzas con una extraordinaria habilidad para levantar montañas de dinero de la nada, sólo con su imaginación y la codicia de los demás. En cambio el pan era real y a veces estaba perfumado con semillas de sésamo; las sillas y las mesas eran de buena madera, las verduras llegaban al mercado con las hojas llenas de rocío. En aquel tiempo de esplendor crecían hongos de cemento por todas partes en medio de un erial, sin luz ni agua, y en la costa miles de grúas subían ladrillos al cielo, hasta el punto que el ático a veces rozaba las sandalias de Jehová. Ajenos a este festín de Sodoma y Gomorra, los carpinteros elegían la madera con sumo cuidado, los panaderos seguían expendiendo hogazas de centeno o de trigo candeal horneadas con un fuego de arbustos de monte y los campesinos trataban de vender sus frutos a un precio razonable. Un día, sin que ningún profeta lo anunciara la economía del mundo se derrumbó. Sobrevino una súbita pobreza. Las clínicas de estética tuvieron que cerrar porque la gente se conformó con su propia alma. Por la herrumbre de las grúas comenzó a trepar la mala hierba y el dinero ya no representaba nada ni a nadie. Sodoma y Gomorra habrían podido salvarse de la lluvia de azufre si Jehová hubiera encontrado a un solo hombre bueno. Por fortuna aquí quedan todavía carpinteros, panaderos y labradores muy solventes. Con una barra de pan se puede comprar a un hombre y sentado a la mesa en una silla sólida se puede resistir cualquier miseria con una buena ensalada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.