El Madrid se cae
Los de Plaza dicen adiós a la Euroliga ante un Olympiacos mejor en los últimos minutos
No da para más el Madrid. Da para resistir, para amenazar con el milagro, pero no para reinar. Ni para imponerse en el partido más importante de la temporada. No da para más el Madrid. Al menos, este Madrid. El equipo blanco claudicó ante un Olympiacos al que no le importaba resolver el entuerto en Atenas, en el quinto, el infierno que habría sido aquello. No fue necesario. El Madrid fue inferior física y mentalmente y no encontró respuestas ante Bourousis, un tipo despedido del Barça hace poco, y compañía Arrasó el chico en la zona, el Madrid no encontró antídoto y lo demás vino rodado. No le basta con Bullock y Reyes y los otros comienzan a parecer retales, gente que surge de vez en cuando y que ayuda a sobrevivir en el entuerto nacional de cada domingo y ganar, aun con dificultades, el torneo de la Comunidad.
REAL MADRID 75 - OLYMPIACOS 78
Real Madrid: López (4), Bullock (19), Mumbrú (3), Hervelle (5) y Felipe Reyes (12) -equipo inicial-; Llull (3), Tomas (3), Massey (8), Winston (9) y Van den Spiegel (9).
Olympiacos: Teodosic (0), Halperin (10), Childress (7), Printezis (9) y Bourousis (25); Papaloukas (8), Greer (12), Erceg (7), Pargo (0), Vougioukas (0) y Vasilopoulos (0).
Árbitros: Bachar (Israel), Ankarali (Turquía) y Viator (Francia.). Excluyeron a Felipe Reyes por personales (m. 38).
Unos 13.000 espectadores en Vistalegre. Un sector de la afición despidió al Olympiacos lanzándole botellas de plástico.
Resulta difícil entender al Madrid. Porque es un equipo que se mueve a impulsos, al que cuesta hacer un juicio táctico. Quizá porque su táctica es invisible. Porque depende tanto de sus jugadores más reconocibles, Bullock o Felipe Reyes, como de los secundarios que van apareciendo como por arte de magia. Y de quienes poco se espera, pero que son capaces de levantar de la lona al equipo cuando se impone la ceguera. Un ratito, eso sí, que no dan para más. Véase un ejemplo: tras un inicio más que digno, con sendos triples de Mumbrú y Bullock que prometían buenos tiempos, el Madrid se apagó, quizá porque Childress, un tipo al que le gustaron más los euros griegos que los dólares de Atlanta, se calentó y destrozó cualquier amago de defensa madridista con sus entradas a canasta.
El primer cuarto se cerró con el Olympiacos cuatro puntos arriba (16-20). Todo ello, con el supuesto mejor Madrid en escena. Así las cosas, Joan Plaza dio carrete a la gente del banquillo. El Olympiacos triunfaba sin Vujcic, su mejor jugador más allá del eterno Papaloukas, lo cual no dejaba de ser un sinsentido. Porque el equipo griego no es mucho mejor que el Madrid. Es parecido. Anárquico, voluble y de poco fiar. Pero es un equipo tranquilo. Y ese concepto, el de la tranquilidad, está vetado en este Madrid. El caso es que en el Madrid aparecieron en escena los del segundo plato y el equipo se afinó. Y tanto se afinó que recuperó la dignidad y un cierto desahogo en el marcador. Con Llull a la cabeza, reaccionó y durante un rato se dejaron ver Winston, Massey y Van den Spiegel, que dispararon al Madrid (35-26), quién lo iba a decir.
Era mentira. Bastó Bourousis para que el Madrid muriera. Si se comió a Felipe, qué no iba a hacer con el esforzado Van den Spiegel. Él llevó al Madrid a su entierro, despacito, como si de una tortura se tratara. Felipe, el único que podía hacerle frente, se empapó de personales. Y se fue a la calle. El Madrid se descompuso en cuanto se vio abajo (59-60) y, por mucho que Bullock le pusiera por delante de cuando en cuando, nunca supo cómo manejar el partido, y mucho menos cómo parar a Bourousis.
A poco más de un minuto para el final, el asunto estaba igualado (70-70), pero ahí el Madrid se enredó de mala manera. Un triple de Erceg a 36 segundos de la bocina lo puso todo aún más cuesta arriba y el equipo fue incapaz de tener un mínimo criterio, acosado ya por la urgencia. Y urgencia no tenían ni el Olympiacos ni Papaloukas, que manejaron aquello a su antojo para abrir al Madrid las puertas de un infierno y cerrarle las de otro, el griego, al que ya no rá porque está despedido.
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