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Columna
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La cruz de la mujer

Ya suenan las cornetas y los tambores. Ya se huele la cera y el incienso. Ya se desempolvan túnicas y capirotes. Faltan pocos días para que las ciudades andaluzas, y muy especialmente Sevilla, blonda y mantilla, se vean tomadas literalmente por una multitud ataviada con hábitos rescatados de la larga noche del oscurantismo religioso.

Llega la Semana Santa. En la tasca de mi barrio, sobre el murmullo de la clientela se escucha una marcha semanasantera. "Es el negocio", me dice Antonio, el camarero. Hoteles, bares, restaurantes harán su agosto en el abril nazareno. Bienvenidos los euros santificados en tiempos de crisis.

El rito se repite año tras año. Docenas de miles de personas se sumergirán en este mar inmenso de cofrades y costaleros, palios y cruces. Muchos, santos creyentes de buena fe. Otros miles escaparán de la ciudad de los excesos: procesiones que alcanzan las 18 horas en la calle, con niños caminando y agotándose mientras las madres los acompañan bocadillo en mano.

Pero si ya nos habíamos acostumbrado a que nos expulsaran de la ciudad por siete días, este año nos castigan convirtiendo un acto religioso en un arma arrojadiza. Los hermanos mayores de las cofradías han decidido hacer política. Con el escudo de vírgenes y santos plantan cara a un gobierno democrático que pretende actualizar una ley del aborto que ya tiene 25 años. Ocho años gobernaron ellos, los que junto con la jerarquía católica están detrás de esta campaña nazarena, y no entonaron ni un Ave María. Al contrario, es posible que algunas de sus hijas formen parte de ese batallón de cien mil mujeres que se ven forzadas al aborto porque no les queda mas remedio. Las han violado, han tenido un desliz a edad temprana o simplemente el proyecto de ser humano llega incompleto, deforme o amenaza la vida de la madre. No rezaron ni un padre nuestro, para que perdonaran a esos gobernantes suyos que pudieron anular la ley y no lo hicieron.

Ahora hay un Gobierno socialista. Y la jerarquía católica le ha declarado la guerra santa, cuando el ingenuo de Zapatero pretendía hacerles el amor. Desde luego, dinero les ha dado. Más que nunca nadie. ¡Por Dios! Y le pagan con estas falsas monedas.

Los hermanos mayores de las cofradías han decidido convertir sus velones en arietes contra el Gobierno que piensa enviar su proyecto de reforma de la ley del aborto a un parlamento democrático para que sea discutido por los representantes del pueblo todo.

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Espoleados por escribas y radiopredicadores, algunos portarán lazos blancos. Otros, rezarán oraciones antes de iniciar la estación de penitencia. Harán cursillos. Firmaran manifiestos. Por la vida. Dicen.

Velas contra la soberanía popular. Carcunda contra el poder civil.

Antonio le dice a un grupo de clientas:

-¡Tenéis que echaros a la calle! Debéis protestar por esta agresión. Os seguiremos muchísimos hombres.

Al camarero de la tasca de mi barrio le sorprende que las mujeres sevillanas, andaluzas, españolas no hayan puesto el grito en el cielo.

¿Y la izquierda que se disfraza, que procesiona y reza? ¿A qué esperan para alzar su voz y recordar aquello de a Dios lo que es de Dios y al César lo que le corresponda?

Entre esas largas filas de nazarenos van ex presidentes socialistas de esta bendita comunidad, alcaldesas rojas, miles de militantes y votantes de los partidos de izquierda. ¿Qué les pasa? ¿Hemos dado, una vez más, con la iglesia, mi querido Sancho?

Parece que sí. Que las mujeres tienen que seguir soportando la cruz de haber nacido hembras. Pero, como a Lázaro, llegado es el momento de decirles ¡levántate y anda!

Protesta. Defiende tu derecho y grita: ¡Éste es mi cuerpo!

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