El fenómeno Netrebko
Frente a frente, Anna Netrebko resulta más un espejismo que otra cosa. Su poder en escena, su imagen sensual, esas poses provocativas que la han convertido en la reina de una generación de cantantes de ópera entregada a la seducción en igual medida que a la voz, desaparecen. Lleva el pelo recogido, la cara lavada, una ropa oscura y discreta. Se ha presentado en un cuartito angosto y oscuro del Covent Garden londinense, donde ha cantado estos días atrás I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, como si sintiera melancolía de la muchacha que fue cenicienta antes que diva.
Porque la historia de Netrebko tiene tanto ya de leyenda como de futuro brillante. Lleva camino de alcanzar una madurez asentada en la que heredará el trono de las grandes. Su historia comenzó en Rusia. En el teatro Mariinski de San Petersburgo. Allí fregaba suelos y el zar de la ópera rusa, Valeri Gergiev, no daba la impresión de haber caído en ella cuando la muchacha caminaba y se cruzaba con él por los pasillos vestida con una bata. "Al tiempo estudiaba canto. Gané un concurso y me presenté a unas pruebas para entrar en la compañía del teatro. Gergiev me dijo: 'Ah, pero usted también canta'. Parece que sí se había fijado en mí", comenta Netrebko.
"Salgo al campo a disparar. Es un 'hobby'. Me gusta tirar con Kaláshnikov y alguna vez he probado los bazokas"
"Hay que cantar con frialdad, a veces, pero también con el corazón, como lo hace Plácido Domingo, por ejemplo"
Pero no le gusta recordar esos días. Según ella, se han manipulado demasiado. No ocurre lo mismo con los siguientes. A partir de entonces, el director musical la lanzó hacia el estrellato. "Me gustaba su manera de tratar con jóvenes cantantes. Nos lanzaba a la arena casi sin tiempo para que nos preparáramos. Es bueno que alguien te deje estrellarte. La única manera de aprender". Triunfó por todo el mundo con Guerra y paz, de Prokófiev. "La única vez que he cantado en Madrid. Aquel montaje gigantesco con 400 personas en el escenario". Una escala graciosa. "Recuerdo el escándalo que se montó cuando un compañero, que estaba enfermo, mezcló medicamentos con alcohol. Estaba tan mareado que no se tenía en escena. Debía dar unos pasos de baile y yo le dije: 'No te muevas, ya los doy yo".
Luego llegaría el gran bombazo. En Salzburgo. Con La traviata y junto al mexicano Rolando Villazón, en 2003. Aquella relativamente desconocida cantante rusa dio la vuelta al mundo. Primero en las críticas de los periódicos. Luego en los DVD. Había llegado a la cumbre con una interpretación carnal y trágica de Violeta Valery. Empezó el fenómeno Netrebko. Tanto que un año después, la revista Time la escogía entre la lista de personas destacadas e influyentes del momento. Cumplía un sueño al tiempo que empezaba a asustarse. "Me veía por todos sitios. No era capaz de controlar la fama. Llegué a plantearme dejarlo todo. Escapar. La competencia es durísima y siempre debes estar en un nivel para que no crean que estás acabada", asegura. "Ahora ya he conocido la notoriedad. No me gusta, aunque la creo necesaria para ciertas cosas. Sólo deseo cantar. No quiero ser una estrella".
Cantar y liderar ese movimiento generacional que ella defiende como uno de los más brillantes de la historia de la ópera. Con características propias. "Los cantantes de hoy sabemos movernos, actuar y los hay muy guapos. Pero sin voz, no somos nada", sostiene. Todo eso puede estar bien. Pero si además contaran con algo de ambición para recuperar algo de poder en su mundo, se corregirían ciertos desequilibrios. "Hoy, quienes mandan son los directores de escena y eso no me gusta. Muchos de ellos no saben lo que hacen y priman los ensayos de movimientos a los musicales. Así no se puede trabajar", afirma. "Muchos se han empeñado en tumbarnos en el escenario. ¡Dios mío! ¿Por qué?".
Está claro que tiene vocación de generala. Sobre todo si a su discurso le sumamos ciertas aficiones. Como disparar. "Sí, salgo al campo a disparar. Lo hago bastante bien. Es un hobby. Mola, nada más. Disparo en el campo y en las ferias, para llevarme muñecos. En Viena fui a disparar embarazada. Gané un tigre de peluche. Me gusta tirar con Kaláshnikov y alguna vez he probado los bazokas, aunque del empuje, con el primero, me hice una herida en el carrillo y el hombro de la que me costó recuperarme".
Salir de eso fue fácil. Lo que tiene más riesgo es abusar de otras cosas. "De Verdi o de Puccini. Pueden acabar contigo. Son muy peligrosos". Más, papeles como Traviata. "Me lo piden pero no voy a cantarlo mucho, es arriesgado. Sé que mucha gente quiere verme otra vez con poca ropa y revolcándome por los sofás, pero no va a ser posible. Conozco una soprano que la ha cantado en todas partes durante dos años y medio y que ya no puede hacerlo más". No quiere ni por asomo que le ocurra algo así. "Hay que cantar con frialdad, a veces, pero también con el corazón, como lo hace Plácido Domingo, por ejemplo".
Prefiere, por el momento, el bel canto y cosas exquisitas de Mozart, un compositor que para ella ha sido talismán. "Son buenos para la voz, la mantienen sana y en forma". Aunque no todo en esa especialidad le vale. Uno de sus mayores deseos es actuar con algunos tenores grandes, pero a veces no encajan las cosas. "Me gustaría cantar más con Dieguito (Juan Diego Flórez). Es adorable. Pero nuestras voces no se compenetran bien. No sé muy bien por qué. Una pena porque es el mejor cantante rossiniano, no de ahora, sino de la historia".
Otra cosa es Rolando Villazón, junto a quien muchos vieron la pareja soñada. "Ya no. Hace tiempo que no hacemos cosas juntos...", zanja con una gotita de misterio. Fueron el gran tándem en el escenario, no en la vida real. Aunque Netrebko ha demostrado para su matrimonio predilección latina con el barítono uruguayo Erwin Schrott, junto a quien acaba de tener un niño. También eso le ha obligado a frenar. "Ves las cosas con más cuidado. Hay cantantes que creen que se puede hacer de todo, todo el tiempo, y se equivocan". Con juicios así, Netrebko muestra que se acerca cada día más hacia una sensata madurez a sus 38 años.
Ese punto en la vida en el que empiezas a sospechar que no todo es posible, que no todo vale, pese a lo que te pidan las discográficas, los directores de los teatros y algunos agentes. Su regreso tras la maternidad ha sido reposado. "Empecé con Lucia di Lammermoor. Nada fácil. I Capuleti e i Montecchi es la segunda". Luego pasará a otras cosas. Huye de la especialización, aunque sabe que es buena. "Me aburriría siempre cantando lo mismo", se excusa.
En esta nueva etapa de relativa calma, Netrebko sabe bien lo que quiere. Una cosa es el estrellato que ahora exigen en su mundo y otra, bien diferente, la legítima aspiración al divismo bien entendido. "Todos aquellos jóvenes que aspiran en este mundo a la fama deben saber que ésta tiene un lado oscuro que no puedes controlar, que te desborda. Este mundo te ahoga, te chupa la sangre". La lucha es complicada porque algo de fama no sobra. "Debes conservarla para atraer a la gente a los teatros, pero no hasta el punto de volverse loco. No me puedo imaginar a las estrellas de rock y de cine. Debe ser un infierno".
Hay países en los que Netrebko no se aleja del foco. En la misma Rusia, donde se enfadaron muchísimo al enterarse de que había decidido aceptar la ciudadanía austriaca, algo muy práctico para quien reparte su vida entre Viena y Nueva York. "Ya se sabe, los rusos somos así. Cuando todo va perfectamente, tenemos la sensación de que algo falla. Creían que renunciaba a mi pasaporte ruso, pero no. Se equivocaban. Tengo las dos nacionalidades. No sabes lo que me ha arreglado la vida un pasaporte de la UE".
Sin embargo, existen lugares en los que escapa a todo eso. "En España, por ejemplo. Nadie me conoce. Puedo ir tranquilamente de compras". Otro de sus vicios compulsivos. Es toda una fashion victim y no lo oculta. Volverá a Madrid. "En tres años, con Anna Bolena. Me lo ha propuesto Gérard Mortier. Me llevo muy bien con él, aunque parezca raro", comenta. Bien es sabido que Mortier no suele pasar una a los divos caprichosos. "Lo que no es mi caso, por cierto. Creo que le gusto", aclara ella. "Hace las cosas bien. Es el hombre indicado para dirigir un teatro".
No todos los cantantes dirían lo mismo. Sonadas han sido sus trifulcas con muchos de ellos. En un pulso con el nuevo director artístico del Real llevan las de perder. Más si alardeas de altivez. Aunque Netrebko defiende ese halo especial de los cantantes. "Somos diferentes. Tenemos un aura y un carácter, una determinación. No por divismo, sino porque sabemos lo que nos conviene a nosotros y al montaje".
Las cuestiones de imagen las tiene muy estudiadas. Y eso que muchos la han acusado de haberse dejado dominar por su discográfica, Deutsche Grammophon, para que la creara un icono agresivo. "Yo he fabricado mi imagen. Muchos dicen que no me parezco a la que ven por ahí. Yo contesto: '¿Y qué? ¿Acaso Madonna se parece a esa que sale en las fotos?". Lo que no soporta es la vulgaridad. "A esas cantantes que parece que acaban de salir de la cocina de cortar chuletas. Hay que cuidarse un poco, hombre. Arreglarse para salir al escenario. La gente que viene a vernos quiere algo especial".
I Capuleti e i Montecchi, de Bellini. The Royal Opera House. Dirección: Pier Luigi Pizzi. Anna Netrebko (Giulietta), Elina Garanca (Romeo). 30 de marzo; 2, 7 y 11 de abril. Londres. www.roh.org.uk. I Capuleti e i Montecchi. Anna Netrebko / Elina Garanca. Deutsche Grammophon. www.annanetrebko.com/
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