Un año de 'okupas' en Monte Alto
El centro social de As Atochas agita la vida cultural en el barrio coruñés
Tras el colorista muro grafitero de un bajo encajonado entre dos edificios, en el corazón del muy popular barrio coruñés de Monte Alto, anida un activo e interesante movimiento: la Casa das Atochas, un "centro social okupado" que cumple ahora un año con una intensa, variada y a menudo sorprendente programación de actividades diarias que ya se ha asentado como parte de la agenda social y cultural de A Coruña. Siguiendo un modelo con muchos precedentes en otros países de Europa o capitales españolas con el que se reivindica la okupación de espacios abandonados para crear alternativas de ocio y cultura libres de presiones económicas o políticas, este autodenominado "laboratorio social" de A Coruña funciona en autogestión con ánimo de compartir, descubrir o disfrutar de otra manera, de forma autónoma y superando "las dinámicas tradicionales del trabajo y el consumo que ofrece el sistema capitalista". Es además un llamada contra la especulación y falta de acceso a la vivienda en un barrio especialmente martilleado por el acoso inmobiliario y la construcción desordenada de pisos a precios prohibitivos.
La palabra clave es reciclar. "Aquí nadie cobra por su trabajo"
El bajo pertenece a una promotora que ha pedido el desalojo en los tribunales
La palabra clave es reciclar. "Aquí nadie cobra por su trabajo", como atender el bar o el comedor, limpiar, recuperar, cocinar, ni hay "subvención pública o privada", reza un tríptico del local, instalado en un bajo de la calle Atocha Alta que llevaba años abandonado. Es "un espacio que intenta librarse de los tentáculos del capitalismo y se basa en la autogestión, que no gratuidad". Cada semana hay, por ejemplo, "comidas impopulares" abiertas a todo el mundo que se preparan con alimentos donados, desechos o productos sobrantes de supermercados y otros "excesos recuperados de la sociedad de consumo". Todo el mundo participa en la cocina, en recoger y en fregar.
También funciona con éxito, cada mes, la comida no bombas celebrada al aire libre en un barrio, siempre distinto, de la ciudad, una iniciativa pacifista de corte internacional. Con la misma filosofía de la recuperación, el reciclaje y el trueque, funcionan una huerta -aún incipiente a la espera de encontrar parcelas abandonadas que okupar-, una biblioteca o un mercadillo de ropa y enseres.
En la Casa das Atochas se organizan conciertos de estilos variados, con grupos procedentes de toda España, músicos consolidados en la cultura underground o noveles para quienes este tipo de locales suelen ser la única alternativa para iniciar una carrera. Son muy concurridas las proyecciones de documentales y cortos, las conferencias y charlas en las que todo el mundo tiene voz. Y extenso también es el elenco de talleres. Abarca desde la pandereta y el baile tradicional, hasta teatro, juegos asiáticos, malabares o útiles enseñanzas domésticas como descubrir trucos para obtener luz y agua "de balde y reírse de la crisis", elaborar jabones con aceites usados o cocinar con algas. Hay además actividades para niños o para realizar en familia.
La pluralidad, la diversidad y la diferencia presiden la acción de este movimiento asambleario sin portavoz, ni jerarquía y alejado de cualquier personalismo. Nació hace un año, cuando un heterogéneo colectivo de personas de todas las edades, profesiones y procedencias se unió bajo el nombre de A cultura preokupa para tomar un bajo vacío con el fin de crear un centro social y cultural, acorde con la identidad del barrio de Monte Alto.
Sin otra etiqueta que la de activistas, arquitectos, abogados, actores, anarquistas, nacionalistas, feministas, universitarios y colaboradores de ONG de todo tipo de formación limpiaron el local, un ex almacén medio en ruinas invadido por los escombros y la basura, lo adecentaron e insonorizaron, construyeron un escenario, un bar y una cocina.
El bajo es propiedad de una promotora que dice estar pendiente de los tribunales para lograr el desalojo. Mientras, A Casa das Atochas se ha consolidado como un lugar alternativo al que acuden personas de ámbitos sociales muy variados. Y es que parte de su éxito y de que haya calado en el barrio, es que, frente a los grandes problemas y polémicas que han puesto a los vecinos de A Coruña en pie de guerra contra el botellón, en este centro social las únicas normas que se impusieron desde un principio fueron las de no molestar, integrarse y mantener una cierta urbanidad. No es un bar de copas, sino que sólo se sirven vino y cerveza, los conciertos terminan antes de medianoche y la salida, tras cada actividad, se intenta hacer lo más silenciosa posible. "Cuidemos la entrada y su árbol", reza un cartel, "no vomites, ni mees en la puerta, hay un baño dentro. Los días que hay comedor, friega tu plato, intenta separar la basura y usa los cubos para inorgánicos y orgánicos". Un espacio "de todos", dicen "que tenemos que mantener entre todos".
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