"No culpemos a los políticos. Estamos todos implicados"
He aquí cómo una joven cooperante llegó al Congreso de EE UU:
Barney Frank, presidente del Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, la convocó a una audiencia para que diera su opinión sobre los fondos que Washington otorga al Banco Mundial para la ayuda al desarrollo. "Casi me dio un susto. Su llamada fue una sorpresa pero pronto comprobé la importancia que se da allí al control del dinero público", explica Núria Molina. Investigadora de EURODAD, que agrupa a destacadas ONG como Oxfam y Action Aid, ha logrado un notorio reconocimiento como experta en los flujos financieros entre países ricos y pobres.
Ha elegido La Porteuse d'Eau, un acogedor restaurante bruselense de la comuna de Sant Gilles. Una reliquia de art nouveau auténtico, cuyos ventanales le recuerdan el modernismo barcelonés. Aparece como siempre cargada de dossiers, que la hacen aún más menuda. Núria Molina (Barcelona, 1976) ha dedicado los diez años de su carrera a la cooperación. La mitad en Nueva York y Bruselas y la otra mitad en los campos de Kenia, Tailandia, Ghana, Botsuana, India, México, Ecuador y Suráfrica. También el Parlamento Europeo, el británico y el holandés le han pedido opinión.
La joven cooperante da lecciones al Congreso de EE UU y al Europarlamento
"Barney Frank", explica mientras saborea un hirviente potaje de verduras, "había quedado muy impresionado al descubrir el daño que habían ocasionado en algunos países pobres las duras condiciones impuestas por el Banco Mundial y quería saber cómo funcionaban". "El Banco Mundial", precisa, "imponía la completa liberalización del comercio, que arruinaba sus producciones agrícolas, y un sistema fiscal que permitía a las multinacionales repatriar prácticamente todos los beneficios sin apenas pagar impuestos".
Después de una década de presiones externas, en 2005 el Banco Mundial se comprometió a rebajar estas condiciones pero no se comprobaron los resultados. "Dieron conmigo", explica con cierto sonrojo, "porque localizaron un trabajo mío en el que había desmenuzado préstamo por préstamo todas las ayudas del Banco Mundial y señalaba los problemas", explica mientras aparta los platos para llenar la mesa de papeles para asombro del camarero. En su meticulosa investigación, Molina descubrió las contradicciones y desastres causados por el BM, como las privatizaciones de agua en Tanzania, Armenia o Bolivia.
No ha cogido el teléfono en todo el almuerzo, a pesar de que no ha cesado de iluminarse. La ensalada se ha convertido en un pica pica. ¿La crisis también está recortando las ayudas? "Sí". Rehúye hablar de sí misma y sólo concede breves flases de su experiencia como cooperante. "Mi estancia en Kibera, un barrio de chabolas de un millón de habitantes de las afueras de Nairobi en Kenia, me marcó profundamente", explica. "La ayuda no es la solución. Lo que hay que establecer son relaciones económicas justas", sostiene.
Una llamada del Parlamento Europeo le obliga a salir pitando sin tiempo para el café, su principal alimento. A modo de despedida comenta: "no es una cuestión de culpar a los políticos. Todos estamos implicados. Los ciudadanos ricos tenemos alimentos y materias primas a bajo precio. Preferimos pagar 30 euros al mes a una ONG que renunciar al confort material".
Me quedo solo con el solomillo, que ya sabe a otra cosa.
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