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Columna
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¿La policía es tonta?

Las autoridades valencianas y el entorno que ameniza el culebrón asociado a las diligencias abiertas por el juez Garzón siguen con el empeño de llevar hasta el paroxismo el sainete. De manera que ya preparan una coreografía de adhesiones inquebrantables al alicaído líder carismático. Un escenario donde no faltará quien evoque las arias de Franco en la plaza de Oriente. Las fuerzas vivas, algo consumidas por el sofoco sumarial, exhiben honorabilidades bajo sospecha y apelan a la teoría de la conspiración, mientras sus estómagos agradecidos siguen denostando, desde los aparatos de prensa y propaganda, al juez de la cacería. Predican su inocencia, también presunta mientras no aporten las facturas del vestuario y esclarezcan la imbricada red patibularia en torno al ropero. La del PP sí que es una auténtica red social, y no esa menudencia virtual de Facebook. Y al contrario que con las compresas, todo se ve y se nota. Vaya si se nota. A la opinión pública, por lo demás, no hace falta convencerla sobre las inescrutables vías de financiación de la partitocracia y la vigencia del dinero negro en la Europa del euro. Ya intuimos que las colectas militantes, rifas y loterías de Navidad nunca podrían sostener tanta percha y dispendio. Pero no abusen de los rumbosos donantes. Porque si además de trasladar la voluntad para la falla al precio de venta al público, también se les obliga a ir al aquelarre para jalear a los reos, apaga y vámonos.

En resumen, Francisco Camps, Ricardo Costa, Víctor Campos, y resto de la pasarela, sin olvidar a nuestro Allan Quatermain del parany, pueden cantar misa en gregoriano, pero a riesgo de proclamar que la policía es tonta. Porque fueron policías en el ejercicio de sus funciones quienes inquirieron, verificaron e informaron a la magistratura sobre el catálogo de prácticas, no solo irregulares, sino incompatibles con la legislación vigente. Y en el caso del presidente Camps y de su estirado portavoz en las Cortes, recuérdese que es la condición de aforados lo que, por el momento, les impide ascender a la categoría champions de imputados. Tranquilos. El juez Garzón ya se inhibió y el Tribunal Superior de Justicia restablecerá, como deseaban, el orden natural de las cosas. En cualquier democracia de corte anglosajón, o simplemente observante de las normas y sus formas, la vergüenza y el sentido de la responsabilidad habrían hecho saltar por los aires un entramado como el que sugiere una investigación judicial, que suma y sigue. En cambio, en esta poquedad feudal las cosas no son como deberían ser, sino como parecen. En el reino de la impunidad, los códigos están para infringirlos. Con naturalidad y sin aspavientos. Dejen, pues, delinquir en paz y no se metan.

Además, el principal partido de la leal oposición acaba de obsequiar a su parroquia con un nuevo brindis al sol. No contentos con aupar a la Sindicatura de Greuges a un señor que muy probablemente enviará a los antidisturbios al primer agraviado que le reclame, el cónsul socialista en el pajinato, digo de Jorge Alarte, ha puesto nuevamente a prueba la capacidad de sorpresa de la concurrencia, al declarar que no está dispuesto a facilitarle a Camps una salida fácil, si amaga con dimitir. ¿Dijo dimitir? ¿De parte de quién? Están peor de lo que aparentan. Como el boxeador noqueado, que explica los pormenores del combate a quien le quiere oír: le pegué con mi ojo a su puño, después le castigué repetidamente su rodilla con mi hígado y a continuación le propiné un gancho de nariz contra su derecha...¡Uf!

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