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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Prêt-à-porter

En el vestíbulo del hotel Omm cuelga una placa con los precios de las habitaciones: las baratas cuestan 500 euros por noche, y las suites con vista al paseo de Gràcia alcanzan los 1.300. Yo voy a una suite.

Una asistente me guía por un pasillo negro bordeado de franjas fosforescentes. Me pregunto si voy vestido con glamour. Llevo toda ropa de Zara, pero mi chaqueta es chic. Al menos eso espero. La sesión de fotos es de una revista para caballeros. La localización ha sido seleccionada por la "productora de moda y belleza". Así que mientras avanzo por la mullida alfombra del hotel, procuro sentirme sexy. Salir en esa revista no garantiza que seas un buen escritor, pero es un pasaporte automático al parnaso de la gente bonita, un certificado de atractivo. Cuando publiquen las fotos, planeo colgarlas en mi estudio, como hacen los doctores con sus diplomas.

Salir en esa revista no garantiza que seas un buen escritor, pero es un pasaporte al parnaso de la gente bonita

La suite elegida para la sesión confirma mis expectativas: el baño es más grande que mi casa y el inmenso ventanal le da a uno la sensación de flotar sobre el paseo de Gràcia. Al lado de la cama, dos chicos se afanan en el montaje de un complicado juego de luces, cámaras y ordenadores. Más allá, un tercero revuelve una maleta. Desde el mismo instante en que sus miradas se vuelven hacia mí, tengo la extraña sensación de decepcionarlos.

-¿Tú qué haces exactamente? -pregunta el fotógrafo.

-Soy escritor.

Noto que habría causado la misma impresión si me hubiera presentado como estomatólogo. Trato de cambiar la dinámica, de crear cierta complicidad creativa:

-Eh... he escrito una novela. La protagonista es una millonaria. Por eso sugerí que hiciéramos las fotos en una localización suntuosa, aristocrática.

Miramos a nuestro alrededor. El mobiliario es funcional y minimalista. No es una habitación para millonarios decadentes de viejo estilo, sino para ejecutivos: una variante culposa de ricos, que pagan mucho dinero para no verse demasiado ricos.

-Bueno -me desengaña el fotógrafo-, yo sólo necesito esa pared blanca.

El chico de la maleta se me acerca. Lleva ropa, y es para mí. No es que no le guste lo que llevo puesto. Es que ni siquiera le parece digno de consideración. Ante mis ojos despliega una camisa de rombos chillones, una camiseta negra con una cruz gótica, unas zapatillas Adidas edición vintage y otras prendas que jamás me pondría. Opto por una sobria camiseta blanca, pero no consigo esquivar un jersey abierto de rayitas. Todo es talla show room, es decir, minúscula. Más que ponerme las prendas, me las calzo, como condones. Al mirarme en el espejo, descubro que me han salido dos pechos.

Siempre me sentí relativamente esbelto en el gremio literario, donde proliferan las barrigas abultadas, las calvas circunspectas y los traseros en peligro de extinción. Pero ahora comprendo que he sido un tuerto entre ciegos. Estos chicos provienen de un universo paralelo en cuya ropa no caben los humanos.

-¿Perdona, podrías meter un poco la barriga? -me pide el fotógrafo.

-Ya estaba metiéndola...

Los flashes se suceden. Aprovecho cada pausa para respirar. Trato de hacer algo para la cámara, cambiar de posición, sonreír, reflejar algún tipo de emoción.

-No te preocupes -me dice el fotógrafo-, tú sólo quédate quieto.

Después de cada toma, el vestuarista se acerca a acomodarme la camiseta, planchar sus arrugas y -lo que más odio- remangar los brazos del jersey. Comprendo que no me están fotografiando a mí. Están fotografiando mi ropa. Ni siquiera es mi ropa. Yo soy su relleno. El escritor es algo que se pone dentro de las prendas para darles volumen.

Finalmente, llega el momento más temido: el vestuarista me entrega un pantalón.

Por supuesto, sólo cabré en él cuando esté al borde de la muerte por inanición. Pero lo que me produce un escalofrío son las cinturas de estos chicos. De sus pantalones emergen calzoncillos con enormes leyendas Calvin Klein en el elástico. Yo acabo de recordar qué calzoncillo llevo puesto. Y no quiero que nadie sea testigo de eso.

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