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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Avisos que vienen de Galicia y Euskadi

Enric Company

¿Hay algo que tener particularmente en cuenta en Cataluña de las elecciones en Galicia y Euskadi? Claro que lo hay. Empecemos por Galicia. Allí se ha visto cómo la coalición de gobierno era incapaz de marcar la agenda del debate político, con las consecuencias que a la vista están: pérdida de la muy ajustada mayoría parlamentaria que la sustentaba.

Esta incapacidad era fruto de una combinación de factores que en Cataluña no suena a cosa muy extraña. En primer lugar, la inexistencia de un liderazgo político público, mediático, claro y potente, personalizado en el presidente del Ejecutivo, que trasladara a la ciudadanía el relato de su proyecto, de la aplicación del programa del bipartito de izquierdas. En segundo lugar, la beligerancia de potentes medios de comunicación que han avalado, cuando no protagonizado, campañas de todo tipo contra el propio bipartito, en parte teledirigidas desde fuera de Galicia, desde Madrid, a las que no se supo responder.

Lo que ocurre en Cataluña es bastante parecido. Son evidentes las dificultades del Gobierno de Montilla para explicar cómo avanza en la aplicación de la agenda del cambio lanzada por Maragall, que era un programa para por lo menos ocho años, del que es heredero y continuador. No es sólo un problema de comunicación, aunque desde luego también lo sea.

Hay también en el escenario catalán una incesante labor de zapa dirigida a recortar apoyos populares al Gobierno de las izquierdas a base de demagogia, con campañas dirigidas a destruir su crédito moral en asuntos de alcance político quizá menor, pero no por ello baladíes. Por eso sorprende que el tripartito haya minusvalorado la importancia de eliminar cualquier tipo de duda sobre si hay excesos en la contratación de personal de confianza o de altos cargos, en el encargo de estudios e informes pagados, en el tipo de coches oficiales, etcétera.

Como en el caso de Galicia y Euskadi, también en Cataluña hay una sistemática campaña de deformación de la política lingüística, con acusaciones de persecución de la lengua castellana y de imposición de la catalana. Es probable que esto sea poco menos que inevitable, porque responde a una pulsión esencial del nacionalismo españolista, a la que no va a renunciar. Pero la izquierda catalana ha de tener en cuenta que su objetivo es mellarle el apoyo electoral en un segmento muy concreto, acotado, el de la población de origen no catalán que vive inmersa en el universo mediático de la derecha madrileña.

Cuando las mayorías se deciden por el cambio de signo de muy pocos escaños, como es el caso de Galicia, Euskadi y Cataluña, no hay elemento de desgaste que deba ser despreciado. Eso es algo a lo que no está claro que el tripartito catalán esté atento.

En Euskadi se han visto, además, dos cosas dignas de atención en Cataluña. Una, cómo un partido de gobierno engulle el espacio electoral de sus aliados y desdibuja su perfil hasta llevarlos casi a la desaparición. Es el caso de Eusko Alkartasuna (EA), el partido afín a Esquerra Republicana (ERC). Pero también el de Ezker Batua, una fuerza que se declaraba de la izquierda radical. La alianza con el PNV ha terminado por vaciarlas de electores. Ni que decir tiene que todo eso son datos que tener en cuenta tanto por ERC como por Iniciativa Verds-Esquerra Unida i Alternativa. Y también por el PSC, pues si los aliados de izquierda se hunden, queda en manos de la derecha, como ilustra la alegría del PP en Euskadi.

También es digno de atención comprobar que el subidón de la retórica soberanista protagonizado en los últimos años por Ibarretxe puede servir para redistribuir los votos entre los partidos nacionalistas, pero no tiene premio ni castigo electoral suficiente como para cambiar el signo de la mayoría parlamentaria. El espacio electoral de los nacionalistas se mantiene, si en la suma se incluyen los votos nulos de los ilegalizados pro etarras.

Éste es un dato más bien desalentador para quienes en Cataluña soñaban con que el debate político girase en torno al eje socio-económico tras décadas de protagonismo del eje de la reivindicación nacional. A la inversa, puede ser interpretado por CiU como una confirmación de que puede agitar sin excesivo riesgo algunas banderas radicales en su pugna con ERC -como acaba de hacer en Bruselas, por ejemplo- siempre que tenga la prudencia de guardarlas en el congelador cuando se acerquen las elecciones.

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