Pablo Guerrero, en un reservado al sol
"Me gusta ver gente entrando y saliendo", afirma el poeta, que escribe en la mesa de un café. Luz de tierra es su nuevo disco
"Comencé a ver el ordenador como un medio frío y se me ocurrió escribir a mano, que deja huella", cuenta el poeta y cantautor Pablo Guerrero (Esparragosa de Lares, Badajoz, 1946). Y cogió el hábito de ir a una cafetería que lleva, paradójicamente, el nombre de Los Poetas. "Me tomo un café o dos y trabajo. Hay poemas que han surgido tal como están aquí y de otras frases sueltas. Luego vuelvo al ordenador". Un establecimiento vecino a su casa desde hace 33 años en el laberíntico Saconia, el barrio con más progres por metro cuadrado del Madrid de la Transición. De sus primeros colonos -muchos profesionales liberales, intelectuales y políticos- apenas queda el numantino Guerrero, que acaba de editar un disco, Luz de tierra, en el que canta a 15 poetas de su tierra. En el bar, regentado por el marroquí Kamal, hay una ley no escrita que toda la clientela asidua respeta: el rincón más soleado es la oficina del poeta desde hace dos años. Nadie se sienta ahí. "Formo parte del paisaje. Me gusta ver gente entrando y saliendo. No me distrae, tengo esa capacidad", cuenta Guerrero, premio 2009 a toda una vida de la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música.
Luz de tierra fue un reto: "¿Seré capaz de musicar y arreglar a otros poetas?", se preguntó. Y eligió a autores extremeños. "Son lo que más conozco, amigos. En Extremadura hay un cierto renacimiento de la poesía". Componer la melodía no le costó demasiado pero sí leyó casi dos años cada poema. Quince jóvenes poetas con unas experiencias de vida muy distintas de las suyas. Hoy se está reencontrando con su pasado: "Somos cinco hermanos y nos criamos con los cinco hijos del maestro del pueblo. Era una zona muy aislada y bastante dura, pero el carácter de la gente era alegre. El alcalde nunca prohibió los carnavales". En verano sacaban las sillas a la calle y él imitaba a Joselito cuando no se arrancaba con un fado o una ranchera. "Tenía una voz muy limpia, con muchos agudos". Se sonríe.
Proyecta un nuevo disco, Once canciones con nombre, en el que pretende "hacer pequeñas viñetas de la vida, de la sociedad actual". Y ha terminado un nuevo libro de poemas, Los cielos tan solos, que no sabe cuándo se editará. "Hay cierto interés por la poesía. En un mundo en el que las relaciones son tan frías la gente necesita la calidez de los poemas", sostiene. El 12 de marzo, en Badajoz, tendrá que vencer su timidez para recoger el premio de la Academia. Teme quedarse mudo. "Este país no es envidioso como se cree sino desagradecido y yo quiero dar las gracias a mis músicos, a mis amigos, a mi familia, a quienes he conseguido conmover".
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