Lo más de lo más II
Hace unos meses publiqué, en estas mismas páginas, un artículo en el que hacía un repaso de los récords urbanos de estar por casa que atesora nuestra ciudad. Como respuesta, algún amable lector me envió sus sugerencias, y quisiera comenzar con una de ellas. Mi ya amigo Jordi Bas se tomó la molestia de medir la longitud de la calle del Tonell -que yo daba como la más corta-, y compararla con la calle de Anisadeta, y resultó que, efectivamente, era más breve. Con lo cual, esta travesía -entre la calle de Caputxes y la plaza de Santa Maria- ocupa la primera posición en cuanto a vías esmirriadas. Pero ahí no acaba la cosa. Jordi también descubrió que Anisadeta es la calle con más placas por metro cuadrado, con tres de ellas en apenas cinco metros. Asombroso para este enclave tan modesto, que debe su nombre a una taberna medieval que cerró sus puertas a mediados del siglo XIX, famosa por expender licores anisados; aproximadamente donde hoy se encuentra La Vinya del Senyor.
La fachada más insólita y el árbol más anciano son algunas de las plusmarcas insólitas que nos rodean
Datos como éstos pueden salvar cualquier aperitivo dominical. Por ejemplo, otras posibles categorías podrían ser las de lugar con más cambios de nombre en el siglo XX, cuyo ganador es la plaza de Francesc Macià, antes Calvo Sotelo, antes Germans Badia y al inaugurarse: Alcalá Zamora. O la de calle más polémica -la de Tres Llits-, que aún no sabemos si se llama así por las tres camas de un burdel, por las tres plazas de un hospital que pertenecía a tres parroquias; o por la palabra tressallits que -en catalán medieval- motejaba a los judíos conversos. Del mismo estilo que la fuente más problemática, situada en la calle del Carme -esquina con Egipcíaques-, de la cual se cuenta que de uno de sus caños salió el dedo cortado de una persona. O la de casa con más pretendientes: sin duda, el templo romano de Augusto -en la calle del Paradís-, del que se dijo que era el santuario griego de Hércules; el mausoleo del rey legendario de los íberos, Hispan; las tumbas de Amílcar Barca y Ataulfo; el templo latino de Júpiter; los restos del alcázar árabe; hasta unos jardines colgantes a lo babilónico y una iglesia románica.
Otra modalidad sería la de primera casa en tener agua corriente, que corresponde a los Porxos de Xifre; la primera en tener gas para alumbrado: la tienda de Bonaventura Roig de la calle del Call; la de primer edificio en lucir alumbrado nocturno: el hotel de las Cuatro Naciones de la Rambla; la primera calle iluminada con petróleo: la de Amargós; la primera iluminada con electricidad: la Rambla, y el primer edificio dotado con luz eléctrica: la fábrica de Can Batlló, en Sants.
Aunque esto de las marcas puede adoptar casi cualquier forma. Así, el recuerdo franquista más difuso sería el trazo de las letras: José Antonio Primo de Rivera, en los muros del portal principal de la catedral. La fachada más insólita correspondería a un inmueble de la calle de Mallorca -junto a la Sagrada Familia-, que sólo mantiene el lienzo de pared que da a la calle -con la inscripción MEF-, mientras en su interior, en vez de una casa hay un solar ocupado por un autolavado de coches.
Hasta los seres vivos entran en esta clasificación. El árbol más anciano es el azufaifo o jinjolero de la calle de Arimon; el vegetal más antiguo: las cuatro parras que decoran el patio del Palau del Lloctinent, traídas a finales del siglo XIX desde América tras la plaga de la filoxera y todavía con vida; la mayor rosaleda es la del parque de Cervantes; la mayor colección de cactus: la de los jardines de Costa i Llobera, y el mayor conjunto de palmeras, las situadas en la plaza de Karl Marx. Prueben ustedes y verán como vivimos rodeados de plusmarcas pintorescas.
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