La recta final
Entramos en el último tramo de la campaña electoral con la principal incógnita despejada. Porque, en efecto, todo indica que la coalición gobernante, aunque con menos holgura de la esperada, revalidará la mayoría que le permitirá seguir dirigiendo la política del país durante los próximos cuatro años.
Por eso, en esta recta final, el PP persigue, como ha hecho desesperadamente durante toda la campaña, un único e invariable objetivo: fomentar la desmovilización de los sectores progresistas que hace cuatro años llevaron al poder al actual gobierno. Para ello no ha dudado en recurrir a la mentira y aun a la calumnia, desempolvando la política de destrucción del adversario y demostrando así que está dispuesto a todo, incluyendo el juego sucio y el deterioro del sistema democrático, con tal de recuperar el poder.
En vez de intentar crecer uno a costa del otro, PSOE y Bloque deben penetrar en el electorado del PP
Pero, aunque el bipartito no levante grandes entusiasmos y al Partido Popular le resulte incomprensible, los ciudadanos no queremos retornar a una época -la del fraguismo y el aznarismo- en la que la restricción al debate político era norma; en la que el adversario era considerado un enemigo; en la que el discrepante era descalificado política y moralmente y en la que expresar un simple matiz con la línea gubernamental era considerado un síntoma que anunciaba la reencarnación de la antipatria de otros y desdichados tiempos.
Aislado políticamente, incapaz de asumir las verdaderas causas que le condujeron a la derrota electoral en España y en Galicia, y huérfano de un proyecto político alternativo, el PP está condenado a la derrota el 1-M, y a sufrir en el próximo futuro fuertes turbulencias internas de las que Mariano Rajoy y Núñez Feijóo no lograrán salir indemnes. "Difícilmente vamos a pasar una época peor que la que estamos atravesando este último año", me confesaba con optimismo hace poco tiempo un alto dirigente del PP. Se equivocaba, lo peor aún está por llegar.
Así las cosas, considerando los resultados electorales de los últimos años y los datos demoscópicos recientes, el único problema que queda por resolver consiste en saber cuál será la correlación de fuerzas entre socialistas y nacionalistas. Un asunto no menor, si se tiene en cuenta que de ese resultado dependerá en gran medida la orientación política de la futura Xunta de Galicia. Por eso tanto Touriño como Quintana se afanan por lograr para sus respectivas organizaciones el mayor peso político en el próximo Parlamento y en el futuro Gobierno. Algo a lo que no se atreverían si no pensaran que está resuelta la principal batalla política, es decir, la derrota del PP. Así pues, la pugna en este segundo frente abierto en los últimos días muy probablemente ocupará el centro del escenario político en esta recta final de la campaña electoral. Sólo cabe esperar que socialistas y nacionalistas, en su legítima disputa por mejorar su posición relativa en la mayoría gubernamental, no difuminen a la coalición como fuerza de gobierno y garanticen la estabilidad, eficacia y coherencia de la Xunta de Galicia.
El PSdeG y el BNG, tienen que comprender, ahora y en el futuro, que, en vez de intentar crecer uno a costa del otro, deben preocuparse por penetrar en la amplia base electoral que todavía apoya al PP. Algo perfectamente posible, si se considera que este partido tendrá, a partir de ahora, serias dificultades para mantener su actual electorado. Si los dos partidos que de nuevo van a configurar el gobierno, aprendiendo de los errores del pasado, asumen este reto, la izquierda está en condiciones de protagonizar un largo ciclo político que debe servir para realizar el cambio prometido; es decir, regenerar la democracia, dignificar al país y situar a Galicia en los lugares de vanguardia que hasta ahora le fueron negados.
No estaría de más que durante los cuatro días que faltan para que nos pronunciemos los ciudadanos, Touriño y Quintana enviasen un mensaje claro en este sentido.
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