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Reportaje:MUCHA CALLE

El Viaducto y Max Estrella

Donde la calle de Bailén cabalga sobre la de Segovia

El Viaducto de la calle de Segovia es una brecha que esconde turistas, mendigos y literatura. Un atardecer naranja convierte en extraño lo cotidiano. Pipas, un cigarro y las piernas cruzadas.

-¿Sabes qué? Se lo voy a decir ya. Voy a quedar con él.

-De todas formas, se habrá dado cuenta. No será tan tonto...

-Supongo, pero vamos... Es que seguir con él me hace sufrir, tía. No quiero estar con una persona a la que sólo le importan los coches y sus colegas.

El sol se esconde por allá, por los Carabancheles coronados por antenas de televisión como pelos de punta. La luz y este cielo de Velázquez ponen color teatral a la escena. Las dos chicas, sentadas en un banco de la escalinata del Fotógrafo Alfonso, siguen pegando la hebra en un acto casi teatral. No será el mejor escenario, pero desde aquí Madrid se ve diferente. Entre la calle de Segovia y la de Bailén, esto es como un territorio inexplorado. Un limbo. En 20 minutos pasa una mujer latinoamericana y su hijo pequeño. Arriba y abajo, fluye el tráfico. Y la gente.

"Buena decoración, ¿eh?", dice Yunes mientras no le quita ojo a la Almudena
"Respete el descanso de los vecinos", reza un cartel al final de las escaleras

Hay que subir. Sobre el Viaducto, la vista merece la pena. Si se mira al sur, se ven montañas, barrios de aluvión con torres de pisos y fachadas blancas de poblachón manchego. Al norte, torres de iglesias, fachadas de piedras más señoriales, todo muy arreglado. El Madrid de los Austrias. Del palacio Real se acerca un grupo de japoneses veinteañeros, con zapatillas cool. ¿Saben qué hacen aquí estas 140 mamparas de cristal rayadas y llenas de polvo que miden 1,90 metros cada una? Responden que no. Se sorprenden cuando se les cuenta que un alcalde de la ciudad, José María Álvarez del Manzano, las colocó para disuadir a las personas que querían saltar por él. "Pero debe de haber más puentes en la ciudad, ¿no?".

El ángulo donde se sitúan estos turistas es, precisamente, el que se percibe desde el bar La Esperanza. Típico local de batalla: cafés a mansalva, cañas, tragaperras y colillas por el suelo. Juan tiene 50 años, no es del barrio, pero trabaja aquí desde los años ochenta del siglo pasado y se pone a recordar: "Yo nunca vi a nadie tirarse por el puente, pero he visto los cortes de tráfico, la policía y to el follón que se montaba en la calle de Segovia. Eso era antes, hombre". La Policía Municipal nunca facilita este tipo de datos.

Es "el vuelo a las estrellas" del que hablaba Max Estrella, poeta miserable y ciego, en Luces de bohemia, el esperpento madrileño de Ramón María del Valle-Inclán. Esta pátina literaria del Viaducto apasiona a Víctor Díaz, de 31 años y habitante de La Latina. "Con sus zancos gigantescos se despatarra el Viaducto aplastando al Madrid viejo", escribió Emilio Carrere. Hay que bajar. Víctor se pone en cuclillas y dispara: "Me acabo de comprar la cámara y estoy aprendiendo. Bonito, bonito, no es el Viaducto, pero sí tiene romanticismo". El joven de barba roja busca perspectivas insólitas.

El Viaducto las tiene. Cuando uno recorre sus alrededores una tarde, escaleras arriba, escaleras abajo, se da cuenta de la dimensión de este puente. De sus líneas rectas en lucha con las curvas. De su hormigón despellejado y viejo. Del laberinto verde que se escapa por Las Vistillas, donde hay perros que salen a pasear con sus dueños. ¿Eso es basura? No, es la vida de unos cuantos indigentes que duermen casi en volandas. El limbo. Ahí guarda Yunes, marroquí de 35 años, bolsas de plástico con ropa y algo de comida. Ya con el sol apagado, está tirado sobre su colchón. "Buena decoración, ¿eh?", inquiere mientras no le quita el ojo a la catedral de la Almudena, iluminada, casi amarilla.

Yunes lleva tres años en el mismo sitio. "No voy a la oficina del paro desde hace un año. ¿Para qué? El trabajo está fatal. Recojo chatarra por las calles y la vendo los domingos en el Rastro. Me da para café y tabaco".

Otra vez a subir. Las puertas del pub Marula aún están cerradas. "Respete el descanso de los vecinos", reza un cartel en el camino, sobre el local, al final de las escaleras que dan a la calle de la Morería.

Cuando entre la noche, esta especie de plaza se llenará de jóvenes en busca de música y alcohol. Marisa, que baja a dejar la basura, vive en la esquina "desde hace lo menos 30 años" y se queja del ruido que se forma: "Es que es insoportable. Los jóvenes se están cargando el barrio. Ya no se respeta nada, majo". Entre críticas, Yunes se acerca: "¿Tienes un euro para un café, amigo?". Y se va, subiendo más, remontando, a la zona del Viaducto donde el calor cuesta dinero.

El Viaducto de la calle de Segovia al atardecer.
El Viaducto de la calle de Segovia al atardecer.CRISTÓBAL MANUEL

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