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Los escándalos que afectan al PP

La corrupción aparca la guerra sucesoria

El riesgo es de tal calibre que hasta los más críticos del PP se ven obligados a cerrar filas

Carlos E. Cué

Lo explicó Ricardo Costa, secretario general del PP en la Comunidad Valenciana. El miércoles reunió a sus diputados para pedir unidad y sobre todo para garantizar una ovación cerrada cuando, pocos minutos después, entrara Francisco Camps en el hemiciclo tras jurar en público su inocencia. "Vienen días y semanas muy duros, pero esto va a fortalecer al partido", auguró. La semana anterior, había sido la ex ministra Celia Villalobos la encargada de resumir, también en reunión interna -de estas cosas con la prensa delante no se habla-, el sentimiento que recorre el PP: "Hay que apoyar al partido. Con las cosas de comer no se juega".

La implicación de Camps, el todopoderoso barón valenciano, en la trama corrupta que investiga el juez Garzón ha tenido un efecto inmediato. Por unos días -nadie sabe cuánto durará-, ya no hay marianistas, aguirristas, críticos y oficialistas. Hay dirigentes del PP, profesionales de la política que sienten que Garzón ha iniciado una causa general contra el partido. Y con un enemigo exterior tan claro, y un riesgo tan evidente de que el PP, la casa de todos ellos, se venga abajo, la unidad es mucho más fácil.

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"Parece increíble, pero esto está sirviendo para cohesionar al partido. Yo nunca había visto una unidad interna así", sentencia un dirigente de Génova que en las últimas semanas estaba muy preocupado y ahora, después de decenas de llamadas de apoyo, se siente algo más aliviado.

"Todo esto anima el patriotismo de partido. Nuestra reacción es muy similar a la de Convergència en los 80, con el caso Banca Catalana. Entonces todos estaban con Pujol. Ahora todos con Camps y Rajoy, incluso los críticos", sentencia un veterano diputado, siempre distante del líder.

Mientras, Rajoy, que estos días come y cena en Galicia y en el País Vasco con diversos cuadros del partido, recibe apoyos y trata de tranquilizar a los suyos. Les asegura que, cuando se abra el sumario, será "implacable", pero ahora no puede hacer nada porque Garzón les está dejando indefensos con su secretismo.

El enemigo exterior ha silenciado y pospuesto, de momento, el intenso debate sobre la sucesión de Rajoy que el PP vive desde que perdió las elecciones generales. Por si fuera poco, los datos que maneja la dirección no descartan que el PP recupere la mayoría absoluta en Galicia, con lo que incluso los dirigentes más críticos están esperando, porque eso reforzaría mucho a Rajoy.

"Los que están pensando en la sucesión tienen que dejarlo para otro momento. Ahora vienen a por nosotros y sólo toca defenderse. Nadie cambia al general en plena guerra", sentencia otro diputado.

Los únicos realmente molestos con la situación y con la reacción de Rajoy son los aznaristas puros, y en especial el propio Aznar, según varias personas cercanas. Su esposa, Ana Botella, lo dejó muy claro cuando exigió a Rajoy que defienda "toda la historia" del PP. En el aznarismo ha sentado muy mal que el líder trate de desvincularse de la etapa en la que Francisco Correa lo era todo en el PP, precisamente cuando Aznar mandaba.

Por lo demás, el partido parece una piña. Y a esa unidad están ayudando mucho dos personas. Primero, Garzón, con su empeño de no abrir el sumario. "Sabemos que tenemos un agujero pero el juez no nos quiere decir de qué tamaño es. Y así no hay manera, es intolerable", sentencia un miembro de la dirección.

Y el otro es Mariano Fernández Bermejo, que con su actitud que el PP considera chulesca tras la cacería con Garzón une al partido en su contra. "Ese supuesto progresista, que es el más conservador, salió el miércoles del Congreso con gritos de ¡Torero, torero! de la bancada socialista. Bastaba mirar a nuestras filas para ver cuánto nos une Bermejo. Nos da munición cada día", sentencia otro diputado.

En esos mismos bancos, hasta el día en que el escándalo llegó hasta Camps, había cada vez más gente hablando de la necesidad de una catarsis en el PP. Algunos diputados comenzaban a recuperar la idea de que para la sucesión ya no vale ni Alberto Ruiz-Gallardón, el que sale menos tocado de la crisis de corrupción, entre otras cosas porque se está apresurando a destituir a cualquier subordinado suyo implicado e incluso a denunciar cualquier cosa que tenga que ver con el ayuntamiento de Madrid.

Aunque nunca ha sido ministro, Gallardón lleva toda la vida en primera fila del PP, y sobre todo, aseguran quienes piensan en la necesidad de alguien nuevo, tendría dificultades para unir al partido, ya que hay sectores, los más conservadores y el aguirrismo, que no le pueden ni ver. Por eso, antes de la implicación de Camps, se hablaba de alguien nuevo, aunque, como sucedió en 2000 cuando surgió Zapatero, nadie le ponía ni cara ni nombre. "Yo miro a los bancos del Congreso y no veo a nadie con esa capacidad, pero me puedo equivocar", sentencia un veterano diputado.

Sin embargo, también estas cábalas se han pospuesto con el cierre de filas. El propio alcalde trató de zanjar el jueves ese debate sobre su papel como el único de los sucesores que sale beneficiado de la crisis. "Nada, absolutamente nada que pueda perjudicar a ningún compañero del PP, nunca, jamás, podrá ser nada que beneficie a Alberto Ruiz-Gallardón", sentenció.

Los más veteranos del partido están especialmente satisfechos porque, sostienen, en el fondo todo ha vuelto a colocarse en el sitio de siempre. Lo resume así uno de ellos: "Por mucho que hablen del nuevo PP, ahora estamos unidos porque tenemos los enemigos de siempre: el PSOE, el Ministerio del Interior, la fiscalía y el Grupo PRISA. Ya ni siquiera la Cope critica a Rajoy. Y eso sí que es una noticia".

Francisco Camps.
Francisco Camps.SCIAMMARELLA

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