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Columna
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Probablemente

Probablemente mientras ustedes leen estas líneas hayan dejado de creer en Dios o éste, en su infinita sabiduría, haya decidido desconectarse de la sonda cósmica que le mantiene en vida y, siguiendo las profecías de Nietzsche, morir de su propia muerte. Probablemente, durante este corto viaje en autobús que es la vida -con parada en todas las estaciones y suavecito cuando montan las embarazadas, los ancianos y los niños- ustedes hayan pensado muchas veces en si es mejor vivir con Él o sin Él; si es mejor la vida loca de Ricky Martin o la vida cristiana de Rouco Varela, sin detrimento de que, de una manera u otra, ustedes estén exentos de pagar impuestos, trabajar todos los días como cabrones, llorar la muerte de los seres queridos, casarse, divorciarse, traer al mundo a otros pobladores del planeta o ahorrar para tener una caja de pino o de caoba o una hornacina de cenizas policromada, según sean sus posibilidades, para que les acompañe a la última morada.

Dios no se aparece en vano en momentos de crisis, es una estrategia de marketing celestial

Probablemente, las campañas cruzadas con los autobuses de fondo este año de gracia sean un campo propicio para esa denostada filosofía que ha sido arrojada como un perro viejo de las aulas de humanidades y sólo encuentra reflejo, y bien escaso, en las páginas de opinión o en esos foros que a veces algún ateo irredento propaga por Internet mientras un creacionista censado en la Alaska de Sarah Palin le devuelve las trompadas y reniega del bueno de Charles Darwin. Tiene encanto la polémica y surge en momentos de crisis que es caldo de cultivo para las grandes preguntas y para la propagación de todo mensaje viral, ya sea evangélico o tecnológico como ese regalito de vibraciones ultrasensibles que Philips lanza para este San Valentín (ojo, esto no es publicidad).

Muchas veces he llegado a la conclusión de que no creer en Dios y profesar el ateísmo es el mejor camino para vivir una vida sin preocupaciones en lo espiritual, ni tampoco me creo que aquellos cristianos de misa y comunión cobren ventaja el presunto Día del Juicio y en sus vidas ejemplares escatimen vicios y perrerías. Como una vez me dijo Norma Duval la izquierda es una mojigata comparada con lo que se cuece en los ámbitos naturales de la revolución conservadora según su opinión mucho más licenciosa en materia de alcoba. No hablamos de Dios precisamente durante ese encuentro, sino del lanzamiento del wonderbra. Me disgusta pues que partidarios de uno y otro bando lleguen al reparto de hostias como si esto fuera el Apocalipsis sin reparar en las nutridas razones publicitarias que hay de una parte y de otra. Que yo sepa no hubo tantas polémicas cuando la Viagra apareció en el mercado y, aunque hay farmacias que no la venden por seguir la recta moral del Concilio de Trento, a muchas personas de una y otra confesión les ha apañado la vida y la autoestima. Tampoco entiendo porqué muchos creyentes están a favor de la pena de muerte o porqué Bob Dylan se ha hecho cristiano o porqué Carla Bruni se ha casado con Sarkozy o qué ha hecho Anxela Bugallo o porqué muchos se acuerdan del gobierno y no del Creador cuando nieva, pero la vida, con Dios o sin Él, está llena de grandes preguntas a las que nunca encontraremos respuesta y éste me parece motivo más que suficiente para seguir planteándolas.

Acabo de leer la homilía de un gallego de pro como Santiago Rey Fernández-Latorre, y tampoco me ha hecho creer en Dios. Está cabreado el hombre porque la región y la religión pintan definitivamente hacia un lado que no le gusta un pelo y dice que lo de la crisis ya lo venían anunciando y que nadie les hizo caso, algo así como al bueno de Makropoulos con Madoff. A mí tampoco me gusta la crisis. Me parece un buen momento para la filosofía pero malo para pagar la hipoteca. Lo que sé es que Dios no se aparece en vano en estos momentos sino que es una estrategia de marketing celestial bien pensada: cuando la gente tiene agujeros en los zapatos mira al cielo, eso nunca falla. Por lo demás estoy de acuerdo con los amigos de Retranca de que existe una cultura gallega y una lengua gallega y una nación de Breogán que, como Dios, probablemente unos crean en ella y otros, bueno otros, seguramente no saben o no contestan. Me explico con una parábola. Iban una vez dos mormones por Valladolid que le preguntaron a un paseante si creía en Dios. Según cuenta un testigo presencial, el interrogado les respondió: "A mí no me pregunten que yo no soy de aquí". Debía de ser gallego.

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