Ojo
Esto es indiscutible: las cosas parecen más interesantes vistas a través del ojo de una cerradura. Ahí tienen el caso de Jade Goody, que vivió un momento de gloria en 2007, cuando su paso por el Gran Hermano británico la convirtió en popularísimo objeto de vilipendio (exhibió su racismo y su ignorancia con gran naturalidad ante las cámaras); y vivirá este año un apoteósico fin de carrera y de vida.
Jade Goody, de 27 años, con dos hijos y una enfermedad terminal, quiere vender la exclusiva de su boda y su muerte. Ha contratado a Max Clifford, un viejo zorro del negocio, para que organice la subasta. Ya hay ofertas. Por el momento, se manejan cifras cercanas a los dos millones de euros por el paquete completo: boda, agonía y último suspiro.
¿Les parece mal lo que hace Jade Goody? Su padre era toxicómano. Su madre, lesbiana. Careció de educación y de expectativas. En otra época, habría vendido lo que vendía el proletariado: su trabajo o su cuerpo. Esos servicios, sin embargo, se han devaluado con la globalización. Ahora se pagan bien la intimidad y la dignidad, y ella está dispuesta a poner las suyas, por última vez, en el mercado. Dice que el dinero permitirá que sus dos hijos tengan estudios y una infancia apacible, lo que ella nunca tuvo. ¿Se escandalizan? Es una historia tan vieja como el mundo.
Lo escandaloso es que exista tanto mercado para algo tan vulgar como una agonía. Cada día muere mucha gente. No es un espectáculo atractivo, pero no cuesta demasiado conseguir una entrada gratuita: basta con mirar alrededor. El caso es que, si una televisión se hace finalmente con la exclusiva, el final de Jade Goody dispondrá de audiencia y de anunciantes. Es el curioso fenómeno del ojo de la cerradura.
Hace tiempo era un tópico preguntarse, como si se hablara del colmo de los colmos, cuánta audiencia televisiva obtendría un suicidio en directo. Bien, puede decirse que ya hemos llegado a ese punto. Y más allá. En Internet se encuentra eso y cosas mucho peores. Nada es nuevo. La única diferencia con el pasado consiste en que ahora podemos mirar por el ojo de la cerradura. Y miramos. Supongo que eso dice algo sobre nuestra catadura moral.
egonzalez@elpais.es
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