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Reportaje:

"¿No escuchaste o no entiendes castellano?"

Gritos y falta de intimidad en una visita fugaz a uno de los detenidos en el CIE

La voz seca del policía retumba en la sala: "El contacto físico está prohibido. Son cinco minutos". Es el tiempo que cada día tienen los detenidos del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche para recibir a sus amigos o familiares.

Una periodista de EL PAÍS entró ayer como visitante al CIE. Se anotó en una de las cuatro listas de ingreso, cada una con 10 personas. Tras casi dos horas de espera bajo el sol -sin posibilidad de entrar a unos urinarios portátiles cegados de suciedad- se consiguen cinco minutos de visita a uno de los sin papeles. María (nombre supuesto) susurra al salir: "Hoy [por ayer] nos trataron bien. Debe ser por todo lo que ha salido en la prensa, pero hay otros días que los policías nos gritan".

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Los visitantes pasan en grupos de 10, que luego se dividen en dos para así entrar al locutorio. Es un cuarto alicatado con baldosas amarillas y blancas, en un segundo piso, una estancia muy limpia, lo que contrasta con las denuncias de insalubridad de los internos. Allí cada uno toma asiento ante cinco mesas separadas entre sí por vidrios gruesos y opacos.

No hay ni un segundo para hablar libremente, ya que dos policías, uno en el lado de los detenidos, otro en el de los visitantes, están atentos a la conversación. No se entrega nada que ellos no revisen, no se habla nada que ellos no escuchen.

El hombre a quien visita la periodista apenas acierta a dibujar, con su español rudimentario, su día a día: "Dormimos ocho personas en literas en el mismo cuarto. Nos sacan a jugar al fútbol por la tarde. La luz la apagan a las doce y media".

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"El móvil debe estar apagado. ¿No escuchaste o es que no entiendes castellano?", le grita un policía a un boliviano que visita a un amigo. El extranjero agacha la cabeza y obedece, después conversa con su amigo y se retira. El mismo policía, "el alto", dice después una mujer, "le grita siempre a los visitantes". El otro agente mantiene un trato exquisito. "Si nos tratan mal a nosotros, que estamos afuera, cómo les tratarán a ellos", se quejaba una venezolana tras visitar a su novio, confinado en el CIE tras ser sorprendido con una orden de expulsión. "No son criminales".

El boliviano reprendido confía después que su amigo, durante la fugaz conversación, le ha dicho que la comida es muy mala.

Entran otros cinco al locutorio. Y así hasta las siete de la tarde.

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