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Columna
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Madrid les cata

En su última intervención, por ahora -mira que si acabamos encerrando a Bush jr.-, el juez Garzón ha abierto, cual arquitecto investigando un firme, una cata bestial en el populoso Partido Popular. Lo cual ha permitido a Madrid catarles. Conocer el sabor de la podredumbre y la horterada medioambiental reinante en ciertos adictos a la calle Génova. Y olfatear las capas superpuestas de excrementos segregados durante los últimos años.

Madrid, ciudad poseída por la Maligna, que ha comenzado a exorcizarse, a expulsar malos humores. O así debería ser.

El martes estuve cenando en un buen restaurante, con amigos, que celebrábamos lo que hay que celebrar. La amistad y el otro Madrid -y eso incluye a la comunidad completa-, el de siempre, el que ha sufrido y sufre el reinado absolutista de Madame, tiene buen gusto y -de paso- odia las gallardinas vacas que manchan una ciudad cuya esencia radica en su entrañable mezcla de señorío profundo y casticismo honesto. De pronto, uno de mis compañeros de cena volvió del baño con la noticia de que ¡Cospedal y un grupo de fontaneros del PP se encontraban en el mismo restaurante! Nos planteamos emigrar a Alaska.

Sin embargo: en una mesa cercana al Grupo Contaminante se encontraba una actriz grande, grande, grande que, aunque catalana como yo, adora como yo el otro Madrid, el poseído, vejado e indignado. Vicky Peña, espléndida mujer, cuya sola presencia limpió el local de efluvios impertinentes y nos devolvió la ciudad que aún existe, la que tiene que vivir casi en clandestinidad, tapándose las narices y chorreando justa indignación.

En fin, que la noche terminó muy bien. Ahora sólo falta que los cardenales se paseen con autobuses en la cabeza. Lo de los letreros sobre dioses me parecen buenos para Londres, pero en Madrid se precisa mayor contundencia.

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