Cadáver
La periodista Idoya Noain, corresponsal de El Periódico en Nueva York, tiene un blog llamado El espacio entre las cosas. En él contaba el otro día la historia de un cadáver. El cuerpo, que perteneció probablemente a un vagabundo, permaneció semanas congelado en un charco de Detroit. La gente caminaba a su lado y a veces alguien tomaba una foto con el móvil. Ningún problema: el muerto no olía mal. Ventajas del invierno.
La ausencia de hedor resulta cómoda para quien prefiere ignorar el cadáver. Eso lo sabemos perfectamente: nos está ocurriendo a nosotros. No lo digo por Zapatero y su Gobierno, políticamente comatosos pero, supongo, aún vivos. Tampoco lo digo por Rajoy, que ayer, después de una temporadita recibiendo puñaladas en su partido, subió al estrado del Congreso y quedó bastante bien. Lo digo por Europa. ¿Se acuerdan de la Unión Europea? Sí, aquella cosa que antes, cuando la economía iba bien, parecía tan importante e irreversible. ¿Han vuelto a saber de ella?
Lo último que se ha sabido de la Unión Europea es de ayer. Del Ecofin, concretamente. Fueron a Bruselas los ministros de Economía, se reunieron y acordaron la necesidad de un enfoque unitario en la gestión de los bancos que se crearán en algunos países para gestionar los "activos tóxicos". Atención, señores: conviene un enfoque unitario. También hablaron de multar a los países con déficit excesivo, entre ellos España. Solbes, que perdería gracia si disimulara su pasotismo, dijo que ya se había hecho todo lo posible y que, en fin, mala suerte, vendrán mejores siglos.
Esto es lo que da de sí la Unión Europea, en un momento de crisis atroz y de tentaciones nacionalistas generalizadas. Esto y el marco alemán, rebautizado como euro. Ah, y el Banco Central, que funciona con un solo criterio: que no parezca que la política influye en sus decisiones.
El cadáver está a la vista de todos, pero nadie hace nada. Habrá quien diga que ya tenemos bastantes problemas como para ocuparnos de eso. Vale. El caso es que, supuestamente, la Unión Europea debía ser una solución, no un problema. Y el cadáver, en cualquier caso, sigue ahí. Sin oler todavía, afortunadamente.
egonzalez@elpais.es
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