Filtraciones
La gracia de las cosas mundanas consiste en que son opinables. Cualquier cuestión social lo es. Incluso los asuntos más graves, los que se refieren a vida o muerte, dan juego a los sofistas.
Hablemos de "filtraciones". Me dedico a un oficio que las necesita. La prensa se convierte en simple entretenimiento si no recibe confidencias, soplos y secretos. Son la materia prima con la que trabajamos. Sin "filtraciones", Francisco Mercado y este periódico no habrían podido destapar el extraño caso del espionaje madrileño. Sin "filtraciones" tendríamos una idea muy vaga sobre la operación del juez Garzón contra varias personas relacionadas con el PP. Hasta aquí, permanece levantada la pancarta del interés público.
Y ahora contamos una anécdota italiana. Poco después de que una estudiante británica fuera asesinada en la ciudad de Perugia, en 2007, fueron detenidas varias personas como presuntas culpables. Una de ellas era una estudiante estadounidense. Recuerdo una ocasión en que, ya encarcelada, fue llamada a declarar ante el instructor. Los periodistas no pudieron entrar en el despacho judicial, pero fue como si estuvieran presentes: cada 15 o 30 minutos, un miembro de la fiscalía o de la defensa salía para relatar, mímica y exclamaciones incluidas, su relato.
Cuando la instrucción de un sumario deja de ser secreta, se convierte en pública. Ya todo es posible. Y los medios se llenan de conversaciones privadas y pruebas aparentemente definitivas de las que se deduce, siempre, una estricta culpabilidad. El juicio, que debería ser el momento en que las cosas se hacen públicas, se convierte en un asunto privado: sólo a los protagonistas les interesa de verdad la sentencia, porque la opinión pública, sea cual sea el resultado definitivo de la acción judicial, dio hace tiempo su veredicto.
Hay que tener cuidado con el fenómeno. Una de las causas de la crisis política endémica en Italia es que todos los políticos son culpables. De todos se conoce una conversación comprometida, una frase dudosa, una acción poco clara. ¿Luz y taquígrafos? No, justicia mediática. Todos culpables. Todos la misma porquería. Es la situación ideal para que medren los más cínicos y farsantes. Cuidado con eso.
egonzalez@elpais.es
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