Maltrato judicial
Se podrían llenar lagos de tinta con relatos de maltratos policiales. Con el tiempo, esa tinta ha contribuido a reducirlos en comisarías y calabozos y, aunque no se hayan expurgado del todo, resulta al menos de mal gusto ver a un detenido con los ojos amoratados y la nariz rota. Pero poco se ha escrito sobre el maltrato judicial, la impunidad y la falta de sensibilidad de algunos jueces ante quienes reclaman justicia. Resulta difícil de demostrar, porque ese maltrato no es invisible.
Mi caso es irrelevante, casi un trámite administrativo. Se trata de la solicitud de incapacidad de una anciana afectada por un grave alzhéimer certificado ya por distintos médicos. Sin embargo, las idas y venidas de esta persona al juzgado (en ambulancia y con camilleros), los viajes de familiares para acudir a citaciones que se posponen por motivos fútiles y la tozudez e inflexibilidad de la burocracia judicial generan indefensión, rabia e impotencia. Cuando la administración de la justicia está reñida con la lógica, la compasión y el derecho, mal vamos. Imagino el calvario que deben sufrir miles de ciudadanos que son víctimas del capricho de algunos magistrados. ¿No hay nada que pueda detenerlo? Sí: la persistente denuncia pública, hasta acabar con la sensación de impunidad de que presumen ciertos jueces, comparable con la que disfrutaban antes algunos agentes policiales.
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