Esperanza en Irak
El triunfo de Al Maliki relega el papel de la identidad religiosa como determinante del voto
Hay bastante que celebrar en el desarrollo y los resultados provisionales de las elecciones provinciales iraquíes. No sólo han sido las menos sangrientas desde la caída de Sadam, sino que perfilan un importante cambio del paisaje político en el país árabe. El amplio triunfo de la coalición del primer ministro Nuri al Maliki señala un cierto desplazamiento del factor de identidad religiosa como determinante del voto, al contrario de lo que sucedió en las citas anteriores con las urnas. La religión ha estado fuera de la campaña de Al Maliki, un chií laico, volcada por el contrario en un mensaje de ley y orden y unidad nacional, que sale reforzado con vistas a las elecciones generales de finales de año.
Los comicios, como no podía ser de otra manera en un país roto, han distado de parecerse a un ejercicio engrasado de democracia. Pero todas sus irregularidades no ocultan una significativa participación, la relativa ausencia de violencia y un desenlace que prefigura un embrionario comportamiento político alejado de códigos ultramontanos. Los iraquíes, esta vez con nutrida participación suní, han votado en buena medida pensando en sus terribles problemas cotidianos, no en el seguidismo sectario que los ha consumido y diezmado en los últimos años. La alianza de Al Maliki ha ganado en los centros neurálgicos, Bagdad y Basora, y desplaza a la fuerza rival chií -el Consejo Islámico Supremo, alimentada por Irán y de religiosidad a ultranza- del control de la mayoría de las provincias sureñas. Pocos apostaban por la permanencia de Maliki, llegado casi accidentalmente al poder en 2006, hasta que el año pasado, con el decisivo apoyo militar de sus valedores estadounidenses, empezó a meter en cintura a las gansteriles milicias chiíes dueñas del sur de Irak y Bagdad. La progresiva seguridad ha sido el argumento decisivo que ha cambiado la opinión sobre el primer ministro de numerosos iraquíes.
En Irak está todo por hacer. La reconciliación política es de momento una utopía, y el país todavía invadido intenta recuperar una apariencia de normalidad lejos del paroxismo de sus inauditas matanzas terroristas. Millones han huido de un infierno en el que todavía sus dirigentes tienen que decidir si tienen un futuro juntos. Pero en este escenario, las elecciones del pasado sábado son quizá el primer indicio alentador sobre un horizonte en el que la ley y las instituciones sustituyan definitivamente al fanatismo y las bombas.
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