El grupo del aquí y ahora
Franz Ferdinand ya tienen relevo como portavoces musicales de una generación que frisa en los treinta años y que aún busca su vertiente propia del rock. En un fantasmagórico Palacio de Vistalegre con las gradas revestidas de tela blanca, la banda de Leeds realizó anoche un magistral concierto. Repleto de pasión, energía, electricidad y canciones de esas que tarareas con soltura cuando te marchas a casa. Ni una sola balada en hora y quince minutos, todo un hito tratándose de un grupo británico.
Kaiser Chiefs son un grupo de inspiración sixtie, formación nueva-olera y que exuda referencias musicales por chorros: a veces suenan como si el Paul Weller de The Jam cantase junto a Fischer Z; otras como los Blur de Parklife... No obstante siempre tienen algo propio, una personalidad que hace dar un paso adelante. Además, desde su primera visita a nuestro país, en la que eran pura anfetamina sonora culebreando por las tablas, han cogido peso y empaque, dominando un escenario mayor y bien iluminado. Gozando de un sonido potente y bien ecualizado. Jugando, sin ser grandes instrumentistas, a fabricar un consistente artefacto poprockero en el que se mezclan en proporciones alquímicas armonía y pegada. Su cantante, Ricky Wilson, y su batería, Nick Hogsdon, llevan el peso de la comunicación con el público y les conducen a través de canciones hermosas e himnos juveniles con estribillos gloriosos. Y el público, el madrileño al menos, lo agradece prestando su voz, sus gargantas, a coros tan rotundos como los de Ruby, Na Na Na Na Naa o Take my temperature.
KAISER CHIEFS
Ricky Wilrra), Peanut (teclado), Simon Rix (bajo) y Nick Hodgson (batería). Palacio Vistalegre. 800 personas.
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