¿Cómo se afronta la crisis esta vez?
Entre las similitudes de los gobiernos de José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero figura el triunfalismo económico. El PIB habría crecido durante sus respectivas etapas superando la media europea. En una época aún reciente, en la que la población apenas crecía, PIB y PIB por habitante eran prácticamente sinónimos. Sin embargo, en la última década, el casi inexistente crecimiento vegetativo ha sido suplido por la inmigración masiva con un resultado de seis millones de habitantes más entre 1999 y 2008. Pero, ¿Se mantiene el triunfalismo cuando se desciende al PIB per cápita? La respuesta es positiva. Del 3.7% de crecimiento anual del PIB desde la entrada en la Unión Europea (1986) hasta 2007, cuatro quintas partes (3%) corresponden al PIB per cápita.
El desafío procede de la baja productividad de la construcción y los servicios
Hasta aquí, las buenas noticias. Pero, ¿Qué hay tras el PIB por habitante? Una sencilla identidad permite descomponerlo en el PIB por hora trabajada y las horas trabajadas por habitante. Aquí, los resultados son más inciertos. Por una parte, las horas trabajadas han crecido con respecto a la población total a un 1.7% anual, quebrando una tendencia descendente que se había iniciado a comienzos de los años 50. ¿Qué subyace tras este aumento? No han sido, desde luego, las horas trabajadas por ocupado que han continuado una tendencia secular descendente, y sólo, en muy pequeña medida, la mayor proporción de la población entre 15 y 65 años. La clave está en el incremento de la proporción de los ocupados sobre aquéllos en edad de trabajar. El aumento del empleo se ha concentrado, sin embargo, en la construcción y los servicios (sobre todo en aquéllos menos avanzados tecnológicamente), sectores cuya participación en el PIB más ha crecido.
El otro componente, el PIB por hora trabajada, ha experimentado una acusada desaceleración, con una tasa de crecimiento anual de tan sólo el 1.1%, frente a una tasa promedio cercana al 6% entre 1953 y 1986. ¿Qué explica este resultado? La productividad aparente del trabajo depende, por una parte, de la dotación de capital (físico y humano) por ocupado y, por otra, de la eficiencia con la que los factores de producción (capital y trabajo) se utilizan, que es lo que recoge la productividad total de los factores (PTF). Las estimaciones disponibles para el periodo 1986-2007 oscilan entre el estancamiento y el declive de la productividad de los factores, con lo que la mayor intensidad de capital por ocupado habría evitado una contracción de la productividad del trabajo. En contraste, la PTF explicaría casi dos terceras partes del fuerte aumento de la productividad laboral durante 1953-1986.
¿A qué puede atribuirse esta marcada desaceleración de la productividad total de los factores? Es cierto que los aumentos de eficiencia derivados del "cambio estructural" (trasvase de mano de obra del campo a la ciudad, eliminación de industrias obsoletas, ...) ya se han agotado. Sin embargo, el argumento de que en una economía madura no debemos esperar aumentos dramáticos de la productividad es desmentido por la experiencia de los EE UU desde 1995. Si recapitulamos, la industria es eficiente y pequeña (17.5% del PIB en 2007) y eficiente, y la agricultura tiene dimensiones muy reducidas (2.9% del PIB en 2007), y, entre ambas, emplean a una minoría de los trabajadores. El desafío procede, pues, de la baja productividad de la construcción y los servicios (en los que una minoría es tan eficiente como en la manufactura) que concentran el aumento del empleo. Por otra parte, el mayor nivel educativo no parece haberse traducido en un incremento sustancial de capital humano que contribuya de forma significativa al crecimiento de la productividad laboral.
En definitiva, el notable crecimiento del PIB por habitante desde la entrada en la Unión Europea se ha debido en medida considerable al aumento del empleo en sectores de baja productividad, mientras el modesto aumento de la productividad del trabajo ha dependido del mayor uso de capital y no de mejoras de la eficiencia en el uso de los factores de producción. Ello limita, sin duda, la capacidad de respuesta de la economía española ante la crisis. -
Leandro Prados de la Escosura es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad Carlos III de Madrid.
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