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Don Latino sobrevive a los multicines

La sala Imperial, en Nigrán, lleva 61 años resistiéndose a proyectar cine comercial

Una noche, como todas las noches después de la proyección, Latino Salgueiro, Don Latino, puso a punto las máquinas para el día siguiente. Estuvo un buen rato afinando el sonido de los altavoces, pero de repente los bafles soltaron un eructo y después un triste graznido. Un graznido largo que se transformó en pitido. Un pitido alienígena que taladraba los oídos. Un ruido ensordecedor que atravesó las paredes del cine y se expandió por la parroquia de A Ramallosa. La alarma cundió entre los vecinos y enseguida se extendió el rumor: no cabía duda. Los extraterrestres se disponían a invadir al fin la Tierra y empezaban a hacerlo por el Val Miñor.

A la mañana siguiente, don Latino tardó horas en descifrar la avería, él que tanta maña se ha dado siempre con la maquinaria. Porque don Latino lo que de veras ama son las tripas de los cines. "Le gusta más proyectar que ver las películas", confiesa Ana María, su mujer, que sigue atendiendo la taquilla al tiempo que vigila la salud de su esposo. Los Salgueiro llevaban años viviendo en Vigo, y ahora se han vuelto a la casa que tienen en el cine, porque allí don Latino recobra el ánimo y la vida.

"Antes que dejar el cine en manos de gente de fuera monto un almacén de patatas"

La plaza principal de Gondomar se llama Latino Salgueiro. Pero los del ayuntamiento en el que nació el susodicho no se la pusieron al don Latino vivo, sino a ese otro que fue alcalde y doctor. Ese otro que se llevó un disgusto de los gordos cuando su hijo, vuelto de estudiar en Madrid, le anunció que lo que de verdad le apetecía era montar un cine. Y Latino Salgueiro Pereiro no pudo hacer nada para evitar que Latino Salgueiro Espinosa estrenase su sala, con el magnífico nombre de Imperial, el 1 de febrero de 1948. Tenía entonces 19 años y bastante visión comercial, porque eligió un terreno justo enfrente de la estación en la que enlazaban los tranvías procedentes de Vigo, Baiona y Gondomar. Aquella era la "parada del cine".

Antes de este negocio, en aquella finca a orillas del estuario del río Miñor había viñas. Don Latino compró la parcela en verano, con la condición de no empezar a construir hasta pasada la vendimia. Quería inaugurar el día de san Juan Bosco, y en tres meses tuvo que levantar un cine de 400 butacas. Dos meses después, 28 de marzo, día de la Reconquista, abrió en Vigo el Fraga. Su propietario, Isaac Fraga, le ofreció a aquel chico voluntarioso de Gondomar que trabajase para él, pero Latino se negó. "Siempre quiso proyectar lo que él quería, no lo que le mandasen", cuenta su mujer. Y esto, Nodo aparte, es lo que ha hecho toda la vida, desde que, siendo niño, su hermano le trajo una cámara Pathé Baby de un viaje. Su fidelidad al buen cine se ha fortalecido, si cabe, desde que hace seis años abrieron unos multicines de centro comercial a 200 metros. Entonces don Latino puso calefacción a gasoil y templar aquello le cuesta un ojo de la cara, pero las grandes factorías de Hollywood que acaparan las salas de enfrente apenas rascan en la vieja fachada del Imperial, que ha extendido su fama entre los aficionados al buen cine en la provincia. Porque su cartelera es única en Galicia.

Pero con los cinéfilos, la sala sólo logra mediarse. Ya nadie se imagina aquel Imperial de hace décadas en el que el público que no conseguía localidad pedía ver el pase de pie. Eran los tiempos de Pepe, el portero, y su madre Dorinda, "la de las chuches", que vendía todo a pares con la excusa de que no tenía cambio. Su frase, "leva dous, neniña", es todo un lema en la historia de Nigrán.

Ahora, como Latino no está bien, ha tomado las riendas de la empresa una de sus tres hijas. Ana María, que se llama como su madre, ha dejado la farmacia en la que trabajaba dispuesta a mantener viva el alma del Imperial tal y como le inculcó su padre. Porque un día él le dijo que antes que vender o dejar que entrase en el negocio "gente de fuera" con otros criterios, preferiría montar allí "un almacén de patatas".

Así que Ana María Salgueiro se encarga, como hacía su padre, de escoger las películas a través de varias distribuidoras como la pamplonesa Golem y la viguesa Baños. También como su padre, lleva todas las semanas a la imprenta los folletos que redacta sobre los próximos estrenos. Luego, viernes, sábado y domingo, días de espectáculo, se reparten en el cine, y hay quien los colecciona.

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