_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No disparen al hombre del tiempo

Pasamos días de desbarajuste y luto. En lo más crudo de este crudo invierno, trece familias entierran a sus muertos mientras empresas y gobiernos todopoderosos se excusan como Felipe II tras el desastroso debú de la Armada Invencible: tampoco enviaron a sus naves a luchar contra los elementos. "Es invierno y nieva", resumió como ninguna otra autoridad Ana Botella, Olvidamos o despreciamos esa obviedad porque vivimos la ilusión del riesgo cero. Creemos que en el mundo del siglo XXI disponemos de los recursos y la habilidad para conjurar cualquier amenaza. Puede que el Titanic se hundiera, pero la mentalidad que lo construyó aprendió a nadar. Cuanto más zozobra la realidad, más invulnerables parecemos creernos. Hasta que todo se hunde y entonces optamos por el intercambio de disparos. El ciudadano cabreado tira contra el político imprevisor, éste contra el técnico sobrepasado y éste apunta al meteorólogo por informal. El tiroteo de culpabilidades cesa cuando vuelve el sol y hasta la próxima alerta.

A los políticos les bloquea el pánico a tomar decisiones impopulares

El hombre del tiempo es culpable. Pero no el único. Demasiada tecnología sofisticada, demasiado cálculo y poco asomarse a la ventana o consultar el Almanaque Labrego. Sobran datos, faltan información e interpretación. Pero sobre todo, les puede el miedo a disparar la alarma y ser condenados a galeras por prudencia en tercer grado si luego no es para tanto. También son culpables los gestores y técnicos a cargo de las infraestructuras y los dispositivos de prevención. Las crisis revelan hasta qué punto hacen las cosas porque siempre se hizo así o la limitada capacidad para aprender de los errores.

También pecan de un exceso de confianza en la progresión geométrica de las tecnologías. Son como esos malos conductores que compran coches repletos de avanzados dispositivos. Creen que la máquina les convierte en Fernando Alonso, pero sólo corrige algunos de sus errores.

Asunto diferente son las concesionarias de beneficios multimillonarios que para ganar aún más, invierten lo justo en el mantenimiento de las infraestructuras de la luz, el agua, el teléfono o el transporte. No les pierde prudencia sino su avaricia, que pagamos todos.

También son culpables los políticos. Les bloquea el pánico a tomar decisiones impopulares y cada crisis prueba la existencia de lo que Clarke y Newman llaman policy vacuun: las competencias se reparten tanto y entre tantas administraciones que al final nadie es responsable de algo. Pero además tienen un Plan B: siempre habrá otra administración a quien endosarle el estropicio. También somos culpables los ciudadanos. Como en el cuento de Pedro y el lobo, de tanto avisarnos por exceso, cuando viene por defecto nos pilla desprevenidos. Vivimos convencidos de que los avances científicos han domado a los elementos y sólo nos acordamos de Protección Civil cuando no está. Cuando está, nadie se acuerda. De tanto verlos atendiendo jóvenes acalorados en los conciertos de rock o por pura conveniencia, o no se la toma en serio o se ignoran sus avisos. Y también tenemos nuestro Plan B: indignarnos con los políticos.

Que el invierno venga hostil tiene mal arreglo, pero gestionarlo peor o mejor es cosa nuestra. Para empezar, todos deberíamos hacer mejor nuestra parte. El hombre del tiempo, alarmar sin aprensión; los técnicos, aprender mejor; los políticos, decidir pensando en la eficacia antes que en los titulares de prensa, sin olvidar jamás el consejo de Adam Smith: gobernar es procurar causar a la gente los menos inconvenientes y vejaciones posibles. Igualmente los ciudadanos deberíamos serlo, no comportarnos como menores tutelados por el Estado y asumir nuestras decisiones.

Si uno ignora los avisos y coge el coche, puede quedar bloqueado; si manda a los niños a un entrenamiento durante un temporal, puede pasar una desgracia. Para acabar, conviene actuar y decidir con más humildad ante fuerzas de semejante potencial devastador. La madre naturaleza no es un programa informático, no se puede reiniciar, ni reprogramar, no se para pulsando la tecla de escape. O como agudamente resumía mi padre en los días de nordés: "Neno, abrígate ben que te vai coller o frío".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_