La Cañi
Yo, que tantos motivos encuentro a diario para soltar una carcajada, soy de risa difícil si asisto a un espectáculo cómico. Lo reconozco. El humor es un don natural y estoy segura de que en algún momento de este siglo los neurólogos encontrarán ese gen precioso con el que unas criaturas nacen y otras no, el gen de la gracia; la vis cómica, como se ha llamado siempre en el teatro. Lo paradójico es que yo suelo encontrar en mis peripecias callejeras a mucha más gente con ese gen que a la que veo en el cine o en los escenarios. O tal vez es que el humor tiene que tener, por fuerza, una cualidad de sorpresa, y ya el hecho de pagar una entrada para ver un espectáculo en el que se anuncian "risas aseguradas" es como un aviso para la decepción. Será por eso por lo que, cuando encuentro a un cómico que me hace reír, le observo como si fuera un espécimen humano de orden superior, que me intimida porque tiene un talento que puede desarmarte. La mayoría de los actores saben hacernos llorar, pero qué pocos están capacitados para hacernos reír. El humor es algo que se lleva escrito en el cuerpo. Por eso detesto a los graciosillos, porque la gracia es siempre natural. Yo sé lo que sufren los cómicos dotados para el humor cuando los periodistas les hacen, una y otra vez, la preguntita estúpida: "¿No temes que te encasillen?". Mi admirado Paco León, al que vi el otro día en la obra ¿Estás ahí?, me comentaba: "Cuando un periodista me hace la dichosa preguntita, me dan ganas de responderle: '¿Y no teme que yo le encasille a usted en el numeroso grupo de periodistas que me han hecho esa pregunta desde que empecé?". Al actor dramático nadie le mete miedos, al actor cómico siempre le están advirtiendo. Al parecer, para algunos, pasarse la vida haciendo reír al público debe ser una actividad altamente vergonzosa. Para mí es un oficio sagrado; ya digo, cuando detecto a un ser humano que es poseedor del gen de la comedia, lo persigo hasta conocerlo. Otras veces, el destino me lo brinda en bandeja de plata. Eso me ocurrió con una actriz con un indefinible aire de clown a la que conocí por Internet cuando vivía permanentemente en Nueva York. Mis jóvenes informadores me recomendaron un personaje, Cañizares, que aparecía en un programa llamado Camera Café. Caí rendida a los pies de esa mujercilla vestida de payasa, con una extraña combinación de estampados que, por cierto, algunas jovencitas han adoptado como look. La idea de este espacio surgió de dos franceses que un día, frente a la máquina de café de su trabajo, pensaron en hacer un espacio humorístico con las mezquindades y cotilleos que se producían en ese pequeño momento de relax. Hubo que adaptarlo para el público español, y Guridi, el director, y los guionistas se basaron en el teatro del absurdo, en los Mihuras y Poncelas o en Jacques Tati. El azar hizo que esa mujer que interpretaba a Cañizares fuera la encargada de hacer el papel de Milagros en una película, Una palabra tuya, de González-Sinde, basada en una novela mía, por el que está designada como candidata a mejor actriz revelación en los Goya. Todo esto, mi cariño por este programa y por la actriz Esperanza Pedreño, es lo que me llevó a asistir a una grabación. Estando allí, en ese pequeño set frente a la máquina de café donde sucede todo, rodeada por los cómicos que con tanta gracia decían su papel, pensé que en muchas ocasiones la ficción, en España, se pierde por querer imitar lo inimitable, las series norteamericanas, y no buscar el lenguaje propio. No hay nada más sólido que unos buenos diálogos y unos buenos actores. No hay nada más barato que este desfile de estereotipos: la lista y la tonta, el jeta y el apocado, la puri y la tía buena. Tuve un momento para hablar con Esperanza, a la que hasta su abuelo llama La Cañi. "¿Estás nerviosa?". "No, qué va". Y ensayó algunos gestos para ese momento indeseable en que la cámara te enfoca si es que no te han dado el premio. Bah, da igual, este ha sido su año, ella ya ha enseñado a quien ha querido verla el ángel que lleva dentro. Me dijo: "Ahora mismo no me importa tanto el premio como encontrar el vestido que me voy a poner". Lo decía con esa vocecilla que la convierte en una gran actriz característica. En una de esas que siempre logran ser únicas y una más en una escena de grupo. Una flor rara que, precisamente por su capacidad de provocar carcajadas, despierta de inmediato un instinto de protección en el espectador. Eso me pasó a mí, que siempre pensé que La Cañi era pequeñita, pero qué va, es su actuación la que nos hace verla como si fuera Campanilla; Esperanza es alta y tiene estilo. Rara entre las raras, como Paco León, como la Machi, especímenes humanos que nacieron con el gen de la comedia y que, si se ponen serios, pueden partirnos el corazón de la misma manera que los niños cuando lloran desconsoladamente. Cómo me gustaría ser su ángel de la guarda, un ángel un poco borde, un hijoputilla, que apareciera cada vez que un periodista o un admirador impertinente les preguntara si le temen al encasillamiento o si tienen miedo a que nadie les tome en serio. Este ángel de la guarda diría: "¿Pero de qué vas, cretino? ¿Es que no ves que estas criaturas se dedican al oficio más noble del mundo?". -
Para algunos, pasarse la vida haciendo reír debe ser una actividad vergonzosa. Para mí, es un oficio sagrado
La ficción, en España, se pierde por querer imitar lo inimitable, las series americanas, y no buscar el lenguaje propio
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