Mientras no cambien las Biblias
Hace rato, quizá siglos, que los tiempos están cambiando. Tanto, que ya no nos reconoce ni Dios. No sé si porque lo asesinaron, porque no sabe, no contesta, no está o porque nunca estuvo. Y sin embargo se le espera. El salvador toma diferentes formas, diversos nombres, nacionalidades, colores y discursos. Esta semana, el Mesías viste de Obama. No confundir con Armani, aunque también está de rebajas y utiliza mucho el negro.
Los que practicamos una religión desorganizada pertenecemos a un impío desorden e invocamos a Nuestra Señora del Perpetuo Asombro -religión humanista presidida por el escritor germanoamericano Kurt Vonnegut, y que sustituye a Isaac Asimov, que ya estará en el cielo-, nos reconocemos por participar de un grupo disperso de seres humanos que no necesitan libros sagrados. Miembros de una religión sin Biblia, ciudadanos de poca fe que, sin embargo, se alegran con la llegada de un ciudadano creyente, elegante, poético y pragmático. Mesías terrenal capaz de hacer su sermón desde las montañas del Capitolio e ilusionar a millones de ciudadanos misericordiosos, pacíficos y mansos. No eran las bienaventuranzas, pero también estaban fabricadas con la materia que se fabrican los sueños. Como una bonita película de cine negro. Un documental que vieron legiones de crédulos, ingenuos, esperanzados, escépticos, malaventurados y otras tribus que poblamos el mismo imperio. No todos votamos, pero sufrimos las consecuencias. Un parecido idealismo harto de dejarse engañar por el libre mercado.
Esta semana, el Mesías viste de Obama. No confundir con Armani, que también usa mucho el negro y está de rebajas
Mientras Aretha Franklin -no confundir con la Sophisticated Lady de Duke Ellington, ni falta que hace, con su luminosa voz, heredera del blues, ese misterio para quejarse que inventaron los negros norteamericanos- cantaba para la corte de Obama y sus invitados, el rey Juan Carlos, lejos del blues y cerca del drama, asistía en el Teatro Real al oratorio cantado de Edipo rey, con música de Stravinski y letra de Cocteau. Dos mundos muy diferentes, dos estilos, dos colores. El público de civiles, religiosos, militares y otras faunas que seguían en directo, o en plasma, el mayor espectáculo del circo democrático estaba formado por una mayoría de ciudadanos negros que bailaban, cantaban, coreaban como buenos fieles soñadores con que vendrán más años buenos, que nos harán mejores. Los sueños son baratos, no entienden de clases, ni de colores.
No tuve la fortuna de estar cerca de Obama, ni de los Kennedy, ni de los alegres negros de Washington. Me tuve que conformar con los pobres cortesanos sin corte que una tarde en que cambiaba el mundo volvimos a nuestros viejos complejos con Edipo, con el Rey, pero sin Obama. Recé una pequeña oración para que los angelitos negros se organicen bien, que aprendan de la Mafia y tomen Madrid. Queremos nuestro negro. -
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