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Columna
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Vigiladlos

Manuel Rivas

Tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio. Así describió Dashiell Hammett a su detective Samuel Spade. Es la hora en Madrid de los Satanás rubios. Claro que Spade no era de un rubio teñido. Hay mucho tinte en la trama del espionaje de la Comunidad de Madrid. Los aludidos tratan de evitar las evidentes coordenadas de serie negra, como ya ocurrió con el tamayazo, cuando se camufló como una de las bellas artes la más descarada apropiación indebida de la voluntad popular. Como entonces, se tratará de que el asunto adquiera una coloración plástica, shocking pink, de una ingenua y graciosa criminalidad. Algo así como si los políticos se limitasen a aplicar el aforismo que Chapelan dedicó a los escritores granujas: "No leer a los colegas; vigiladlos". Y a ese hurto del fondo del asunto contribuyen opiniones, ya oídas, que destacan la poca calidad del "servicio", esa equiparación de los espías con la TIA de Mortadelo y Filemón. Ni siquiera eso es verdad. Quien redacta los partes del espionaje exhaustivo al entonces consejero de Justicia, Alfredo Prada (defenestrado por Aguirre al ser leal a Rajoy, el presidente del partido) no es Hammett ni Juan Madrid, pero sus descripciones no desmerecen las de algún premio Planeta. Y ahí se ve la obsesión extendida en la comunidad por las recalificaciones del cuero cabelludo: "Baja estatura, cabeza despoblada, color de pelo moreno-canoso...". Al margen de la voluntad de estilo del personal contratado, todo hace pensar que estamos ante un caso gravísimo, con informes obtenidos de forma delictiva y utilizando para ello personas y grupos parapoliciales al margen de leyes y organigramas. Y sabemos que no sólo se han utilizado para la lucha caníbal dentro del poder madrileño, sino también para vigilar ayuntamientos y políticos de la oposición. Un caso mucho peor que el de los fontaneros que el 17 de junio de 1972 entraron en el sexto piso del hotel Watergate.

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