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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El misterio del mundo

Por encima de una quintaesencia de lo gitano, lo que se condensa en el tío Enrique de Cádiz es su metafísica flamenca y nocturna, de noches en vela cantando y tocando las palmas y sabiendo que todo ese jaleo no es más que la música del misterio del mundo. Ahora el tío Enrique (conocido como el Bambi en las noches de La Macarena, El Chipi, Los Tarantos, Los Claveles...) acaba de presentar su libro, que se titula Cavilaciones de un gitano inquieto (editorial Milenio) y que está escrito con la metafísica de quien se ha divertido más que nadie. El tío Enrique, cuando a las tres de la madrugada ha acabado de cantar con el Bambino o con el Camarón, se los ha llevado a su piso de Sant Roc (Badalona), "una cajilla de mistos de tres habitaciones", donde ha vivido con su mujer y sus siete hijos. Y su mujer, Mercedes, paya, elegante, guapa, malagueña de El Palo, se levantaba y les preparaba a los invitados una bandeja de boquerones fritos, con su entrada de lechuga con aceitunas, para que no cayese la juerga. El tío Enrique va a cumplir 67 años en febrero, y ahora se tira las mañanas encerrado, escribiendo en cuartillas todo lo que ha oído hablar desde que era pequeño, porque quiere recoger toda la cultura oral con la que ha forjado su biografía. El tío Enrique se apellida De Cádiz, pero es un malagueño, de la playa de San Andrés, que llegó a Barcelona en 1956 y que vivó en Montjuïc hasta que, con la nevada del 62, le mandaron a los barracones de lo que hoy es Sant Roc, y aquí trabajó de albañil en la edificación del barrio: "A Barcelona la he visto crecer como si fuera un hijo mío". Al tío Enrique hay que verle cerrar sus ojos pequeños, de hombre que quiere contemplar el mundo sin molestar, para dejarse llevar por los recuerdos de infancia; "es un sueño, pero es real", murmura con los párpados apretados. "A los 13 años he sido muy mujeriego", dice el tío Enrique, y recuerda cómo su abuelo le sermoneaba cada vez que llegaba pintado con la pintura del puterío del Castillo. "Yo andaba de un sitio a otro con mi guitarrilla, como el Piyayo", y así el tío Enrique empezó hacer valer su cante por esas ventas de señoritos, que les decían a los camareros: "Ponle de beber al gitanillo", y ahora añade a este recuerdo: "Pero lo que yo quería eran papas fritas y pulpo frito". En el tío Enrique, que cita a los amigos en el bar del Pasteles, y que saborea su medio whisky al solecito de la primera mañana, y que fuma sosegadamente su cigarrillo rubio de hombre que ha querido a hijas de marquesas y que se ha paseado en Rolls-Royce con Xavier Cugat, y que al cabo del rato saborea su otro medio whisky, lo que en realidad hay es un niño que ha aprendido a leer por su cuenta fijándose en los rótulos de los comercios. "Luego leí un montón de cómics: El Cachorro; Purk, el hombre de piedra; Zoltan el cíngaro... Y ya de grande me he comprado las colecciones enteras, porque de pequeño no pude". Ha continuado leyendo, sobre todo, asuntos de ufología, los libros de Von Däniken. El tío Enrique pasea su metafísica hecha de mujeres apasionadas, y de whisky puro, y de cante puro, y de ovnis que vienen de visita, y de tebeos perdidos, por las calles de Sant Roc, que ahora son calles llenas de pisos patera, y de guerras subyacentes, y se echa el abrigo sobre los hombros con la aristocracia de quien ha ganado su propia guerra. Al tío Enrique sus hijas le riñen porque sigue vistiéndose como en los discos antiguos, con pantalones de pata de elefante. Y él alumbra otro cigarrillo rubio descubriendo el gesto de quien sabe que la metafísica no es sino humo: "Mi dios me lo he inventado yo, pero no soy capaz de explicar cómo es".

El tío Enrique acaba de presentar un libro escrito con la metafísica de quien se ha divertido más que nadie
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