La de Dios
Tener claro lo de Dios ahorra mucha energía. Te evita darle vueltas y más vueltas a la cabeza y navegar en un dilema sin alcanzar casi nunca una conclusión definitiva. Como esa incógnita metafísica presida tu vida puedes obsesionarte y quedarte tonto. Ya se han dado casos de brillantes pensadores que, de tanto buscar la verdad, se volvieron locos. A cualquiera puede pasarle y hay que andar con cuidado. Yo mismo sufrí algunos desvaríos por entrar en esa espiral de cavilaciones.
Cada uno debe resolver el asunto lo mas lúcidamente que pueda y a ser posible sin renunciar a la propia inteligencia. Conozco a un tipo que reconoce no ser muy religioso, pero va a misa todos los domingos como un campeón. Es más: incluso se confiesa y comulga con alguna regularidad y trata de cumplir con los preceptos de la Iglesia católica. Admite abiertamente que lo hace sin ninguna convicción, pero le da tanto miedo eso de la vida eterna que prefiere seguir los mandatos eclesiásticos, por si acaso. "A ver si va a ser verdad lo del infierno", argumenta, "y voy a terminar allí como un gilipollas". Tiene mucho mérito, el hombre cumple sin tener fe.
Aquí en Madrid, por fortuna últimamente, libramos las guerras de religión en los autobuses
Yo, en cambio, no tengo tanta capacidad de sacrificio. Me asaltan las mismas dudas que afligen a la mayoría de los mortales y pienso que algo o alguien tendrá que haber por encima de este colosal tinglado. Pero no sé quién, ni cómo, ni qué. Desde luego, lo que no imagino es a ese ser inmenso complaciéndose con los ritos laudatorios y las capulladas que organizan los liturgistas de distinto pelaje y especie. Tengo la convicción de que de haber un Dios pendiente de nosotros le bastará con que seas buena persona, que es lo más sencillo, por mucho que a algunos les interese complicarlo.
En cualquier caso, eso de la eternidad es verdad que acojona. Tanto, que ha sido el gran instrumento para manejar a los hombres. Ni siquiera el dinero tuvo nunca tanta capacidad de dominar voluntades como esa relación directa con Dios y su potestad de condenar o regalar el paraíso que algunos mortales se han atribuido en beneficio propio. Las mayores burradas de la historia se han perpetrado en nombre de Dios y no hay más que ver las andanzas de Al Qaeda o las masacres hebreas en Gaza para corroborar su absoluta vigencia. Si hay un Dios como Dios manda debe de tener un cabreo sólo comparable con el tamaño de su obra. Aquí en Madrid, por fortuna últimamente, libramos las guerras de religión en las traseras de los autobuses. Tal vez resulte un poco superficial, pero es más civilizado y, al menos, contribuye a la financiación del transporte público. Si Dios no lo remedia -y, sinceramente, no creo que le preocupe mucho- pronto veremos en Madrid vehículos de la EMT con esos cartelones que recomiendan disfrutar de la vida porque "Dios probablemente no existe".
El lema, aunque discreto y nada ofensivo, no me parece del todo acertado porque el Dios que realmente te jode la vida es ese Dios cabroncete que nos pintan los manipuladores de conciencias y ése no sólo es improbable, sino imposible, que exista. En principio, dos líneas de autobuses, la 3 y la 14, portarán la publicidad de la Asociación Madrileña de Ateos con la que, al igual que han hecho los de Londres y Barcelona, pretenden "salir del armario". Sobre su legitimidad no cabe duda alguna y si alguien se escandaliza porque la línea 3 pasa por delante de la catedral de la Almudena es que valora muy poco el Dios en el que cree. El arzobispado de Madrid no ha querido alimentar la polémica y hace bien, porque nada serio puede objetar y nada tiene que ganar montando bulla. Sí deberían preocuparle los reflejos exhibidos por la Iglesia evangélica, que ha visto en el bus sin Dios una ventana de oportunidad para salir también del armario y aumentar su rebaño. Con el argumento de que había que frenar esas iniciativas que, según dicen, "relegaban la figura de Dios a un segundo plano", un pastor del Centro Cristiano de Reunión de Fuenlabrada ha puesto en los autobuses interurbanos del sur una publicidad que afirma que "Dios existe" y exhorta a que se "disfrute la vida en Cristo".
El tipo es listo y su idea le ha proporcionado una trascendencia en los medios 100 veces superior a la lograda por el anuncio en sí. Toda esa gran discusión metafísica que ha traído de cabeza al ser humano desde que le dio por pensar, y a la que tantos se han entregado a fondo con la pluma o la espada, ha quedado reducida a dos lemas publicitarios de una decena de palabras. En cualquier otro asunto les acusaría de simplistas o banales, pero en éste es casi es de agradecer. Mejor así a que se líe la de Dios.
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