Gobierno cerdo
Francisco Granados, múltiple ministro de Esperanza Aguirre, tiene esa cara sonriente del que usa gafas de menos potencia que sus dioptrías. De modo que parece que ríe una gracia que se le acaba de ocurrir pero no se atreve a contar. Con ese rostro se puede andar por el mundo diciendo cualquier cosa, y él dice lo que se le antoja sin que se le vele esa sonrisa súbita. No es regocijo: es ocurrencia. Juan Carlos Onetti decía que los escritores debían tener al lado una mano justiciera que les diera un azote cada vez que fueran a decir una ocurrencia impropia. A los políticos no les ha crecido esa mano, y en concreto este político esperancero carece por completo de la facultad de azotarse cada vez que dice lo que no le toca.
En la última semana, Granados ha ensayado esa sonrisa diciendo cosas muy serias, y no ha tenido a mano la mano de Onetti, valga la redundancia. Le hemos visto en la tele anunciando males mayores, y siempre del Gobierno, con la sonrisa puesta. Antes de que la nieve se posara del todo, Granados ya dijo, sin ajustarse las dioptrías, que la culpa era del Gobierno. ¿Qué hay caos? Pues el Gobierno lo creó. Para él, el Gobierno ajeno es la fábrica del mal. Y el Gobierno propio es la fuerza del bien; por eso sonríe, también.
A los italianos se les atribuye una frase que nunca han dicho: "Piove, porco governo". Ellos dicen: "Piove, governo ladro". Entre porco y ladro los españoles hemos preferido porco, porque el cerdo tiene peor fama que el ladrón. Así que el porco governo es para Granados tan porco que no sólo hizo que fuera más grande el caos de la nieve sino que ha sido el que ha traído al corazón de las Españas la violencia que agita una mafia que antes no había. Porco governo. Dicho en Madrid, y por un ministro madrileño, parece una manera de romperle la crisma al alcalde de Madrid, que quiere atraer los Juegos Olímpicos a una ciudad espléndida y segura.
Pero Granados no tiene al lado la mano de Onetti, de modo que habla y habla y no se le tuerce la sonrisa. ¿Piove? Pues porco governo. O ladro, qué más da.
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