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Columna
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Tradición y modernidad

Los niños de Madrid han disfrutado más con la cabalgata de Reyes de este año, tan imaginativa y tan pagana, tan carnavalera al parecer de Esperanza Aguirre, que con una procesión de los santos Reyes Magos y otra del Niño Jesús. Y no porque la cabalgata carnavalera no responda a la liturgia de la tradición católica, que es más del gusto de la presidenta, porque el carnaval es un invento de esa misma tradición para que el festejo del pecado de don Carnal contraste con la severidad de doña Cuaresma. Pero no hay que olvidar que la presidenta formó parte de la corporación de José María Álvarez del Manzano que recibía y paseaba a los Reyes, no ya con arreglo a la liturgia católica y su tradición, sino con un gusto innegablemente más cateto. No creo que este nuevo papel de crítica de los festejos de su ayuntamiento amigo responda a un extremado fervor católico de la presidenta. Tampoco creo que reivindique la estética Manzano. Se trata de incordiar a los munícipes de su propia cofradía de cualquier forma posible, incluida la más banal.

Al vicealcalde no le vendría mal respetar el derecho a gastarse los recursos en negar a Dios o inventárselo

Es inútil, pues, discutir el gusto de Aguirre, tal vez inspirada por sus bien retribuidos asesores teatrales para juzgar una cabalgata que no vio, ni el sentido más o menos católico de la representación que tengan esos asesores frente a la moderna farándula de Ruiz-Gallardón, que puede que sea ésta una tensión gremial y competitiva de gente de teatro que lleve a la presidenta a meterse en esos huertos. Pero como la presidenta habla mucho y de todo, da la posibilidad de aplaudir lo que condena y de recordar lo que ha olvidado. Para aplaudir la cabalgata que ella ha considerado equivocada de fiesta bastaba con comprobar la ilusión con que la seguían los niños, público al que iba dedicada. Pero los olvidos de la presidenta permiten recordar lo que todo el mundo sabe. Y es que, además, la representación popular de la historia de la Navidad se caracteriza por la libertad de interpretación con que se afronta el guión, y más cuando los mitos y leyendas de nuestra cultura ofrecen, como en el caso de los Magos de Oriente, tan diversas y contradictorias versiones que no sólo posibilitan cualquier arreglo que sea provechoso al imaginario de cada cual, sino que lo hacen aconsejable.

Estos ecorreyes didácticos de 2009, sin oro, incienso y mirra, y ni siquiera camellos, estaban más cerca de todos, incluidos los más laicos, pero sobre todo del espíritu de una verdadera Navidad y su correspondiente Epifanía que de las derivas sufridas por el catolicismo desde el pesebre de Belén hasta la ostentación y el lujo de algunas representaciones tradicionales de la Iglesia. También ahora sale la Iglesia por Navidad a las calles de Madrid e instala su altar en la plaza de Colón, y no he oído decir a Aguirre que esa celebración eucarística esté más cerca del mitin que de la misa.

Los Reyes se han podido bajar esta vez de los camellos como los predicadores de los púlpitos. Ahora mismo, los predicadores evangelistas pasean su proclamación -"Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo"- por Fuenlabrada, Leganés y Aluche. Como no cuentan con el altar de Colón ni con una cadena de emisoras propias para hacer su guerra, contratan autobuses y les plantan un eslogan con el fin de desarrollar así su moderna evangelización. La idea la tomaron de los ateos, que ya han hecho lo mismo en otras ciudades, pero en sentido contrario. A los ateos, menos radicales en su eslogan -"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida"-, la idea del ateísmo militante quizá les venga del radicalismo de las religiones y sus propios negocios a costa de Dios. Se gastan sus dineros en proclamar que probablemente Dios no existe para denunciar la probable insolvencia de los banqueros de Dios y defender la felicidad de la gente.

Pero lo que al parecer extraña al Ayuntamiento de Madrid, según su propio vicealcalde, a la hora de considerar si la publicidad de los ateos se ajusta o no a la legalidad, que por qué no, es que en tiempos de crisis se gasten el dinero en estas cosas. Esta curiosa valoración implícita sí que es extraña, y tan absurda como la que hace Aguirre de la cabalgata, incluso más entrometida. Seguro que el vicealcalde vigila la administración de los dineros de todos en tiempo de crisis, pero no le vendría mal respetar el derecho de cada cual a gastarse sus propios recursos en negar a Dios o inventárselo.

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