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Columna
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Tiempo de cambios

La crisis económica ha alcanzado, como era de esperar, al turismo. Benidorm cerró 2008 con los peores datos de los últimos diez años, lo que ha alarmado comprensiblemente a los hoteleros. A la hora de juzgar el asunto convendría, sin embargo, matizar las cifras; de otro modo, se corre el riesgo de creer que nos hallamos ante una situación catastrófica, lo que no sería exacto. Los empresarios son dados a exagerar sus males y a subestimar los beneficios. Pese al retroceso, las cifras de la ocupación hotelera de Benidorm todavía son importantes. La ciudad es una industria turística de primer orden, muy bien situada, y nada indica que no lo continúe siendo en el futuro.

Sin atenuar el papel de la crisis económica en los datos publicados, hay otros elementos que han influido en ellos y que convendría tener presentes. La política turística de la Generalitat se ha volcado, en estos últimos años, en los grandes eventos, descuidando los destinos tradicionales. La Consejería de Turismo no ha estado siempre en las manos adecuadas. El desconcierto ha sido notable. La construcción de segundas residencias ha creado un mercado de alquileres que los propios hoteleros han denunciado y al que no se sabe cómo hacerle frente.

A la hora de proponer soluciones, el presidente de la patronal hotelera, Antonio Mayor, ha sugerido que se realicen campañas de promoción en los países de la zona euro y en el Reino Unido. También ha abogado por incrementar las plazas del programa del Imserso, para luchar contra la estacionalidad. Todo esto puede dar resultado pues es una receta probada que ya se ha utilizado con éxito en otras ocasiones similares. Pero, sin renunciar a ello, Benidorm podría aprovechar este momento de crisis para repensarse como ciudad turística. En un mundo que se mueve deprisa, uno tiene la impresión de que, en estos últimos años, se ha parado un tanto.

José Miguel Iribas, que es una de las personas que más ha reflexionado sobre Benidorm, y de los que mejor la conoce, denunció el hecho hace algún tiempo. Lo denunció cuando había que hacerlo, es decir, cuando las cosas marchaban bien y se podía actuar sin prisas. Naturalmente, sus palabras no fueron escuchadas pues cuando el negocio va viento en popa nadie quiere hablar de cambios ni pensar en futuros problemas. En esos momentos, quien se empeña en nadar contracorriente corre el riesgo de ser ignorado. Supongo que eso fue lo que debió sucederle a Iribas, pues su advertencia de que nos encontrábamos a las puertas de un cambio de ciclo que exigiría ciertos ajustes no tuvieron, que yo sepa, el menor éxito.

Sin restarle ningún mérito a sus palabras, lo que dijo entonces Iribas era una evidencia para el espectador atento. "Benidorm", dijo el sociólogo, "era sorprendente en los años setenta, pero ahora es de lo más común". En un momento en que los turistas exigen continuas novedades para salir de casa, la afirmación puede convertirse en una tragedia de no ponerle remedio. Para evitarlo, Iribas proponía recuperar el espíritu pionero que construyó Benidorm y abrir paso a la imaginación de la mano de la tecnología. El tiempo y la crisis económica han venido a confirmar el diagnóstico. Ahora, solo hace falta que, a la vista de las circunstancias, surjan algunos patronos decididos -hay que volver a la iniciativa privada- que no se conformen con poner cataplasmas.

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