Magia
Se ha vulgarizado hasta extremos degradantes algo tan excepcional como la magia. Se aplica caprichosamente un concepto tan exquisito a personajes y situaciones asquerosamente prosaicas. Nadie sigue el consejo de Leonard Cohen: "Antes de aprender magia, la gente debería conocer la etiqueta". Veo a una aguerrida bruja, que lanza con gesto espídico sus teatrales pócimas en esa cosa indescriptible llamada ¿Dónde estás corazón?, contarle a uno de los muy tarados invitados que ella posee amplia experiencia en lo que se cuece detrás de concursos y cotilleos hepáticos, pero que no puede desvelar esos mecanismos y secretos porque entonces ese tipo de programas perderían toda la magia para los espectadores. Pobre magia, que bajo quieren hacerte caer, deberías poner una querella por pretender confundirte con la mierda.
¿Tiene magia para los mirones el tenebroso y patético submundo de La Cañada Real y Las Barranquillas que recoge con insoportable realismo Comando actualidad? ¿Se siente uno más confortado y calentito en el sofá de su casa viendo la intemperie de zombis, de detritus humanos, de fantasmas balbuceantes alrededor de un hoguera y con la aguja en la vena? ¿O sólo tiene morbo? ¿ O sólo inspira piedad? Tampoco servirá para que legalicen la droga. Es uno de los negocios más sabrosos de los que hacen las leyes, de los patriarcas de la moral pública, del poder legitimado o subterráneo, el de antes, el de ahora, el de siempre.
Y la risa aparece en medio del espanto. Un yonqui proclama su inocencia afirmando: "Que soy nieto, hijo y hermano de la Guardia Civil". Un camello, a la dadaísta pregunta de "¿os importa que venga aquí la policía?", responde: "Hay gente pa to". Groucho Marx no lo mejoraría.
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