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Dos cuentos de Reyes

Cómo sobrevivir a la lluvia de confeti y caramelos

Los tradicionales hombros de padres como soporte para ver a sus majestades de Oriente han encontrado sustituto: la escalera de tijera. El día de la cabalgata no se ve una, ni dos, sino docenas de ellas cargadas por los pacientes progenitores que llevan a su prole de la mano, y todo ello sin chocarse con nadie. Así llegan a cualquier punto de la calle, abren la escalera y suben al niño entre los gritos indignados del resto de los mortales, metro y medio por debajo. "Por lo menos que no suban los chicos mayores, hombre, que ya es mucho abusar", gritan desde la octava o novena fila, donde la fe por ver algo no se ha perdido.

¿Son conscientes todos ellos de que cada año se retransmite la cabalgata por televisión? Las familias más profesionales no sólo llevan escaleras, sino pequeñas sillas de cámping donde la madre o el padre se sienta a esperar comiendo pipas.

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Tres horas de carrozas después habrá que recoger el chiringuito y comenzar a correr hacia el metro, donde los guardias de seguridad restringen la entrada para evitar avalanchas. "Si esto fuera Tokio, estaríamos todos muertos", ironiza alguien inmovilizado. "Al menos así no hace tanto frío", responde un padre -con una niña a sus pies con cara de pánico-.

Al desfile acuden incluso grupos de adolescentes, maquilladas como puertas, descreídas e irónicas. ¿El motivo? Además de los Reyes Magos, pajes y demás farándula también desfilan dos camiones del cuerpo de bomberos. Si hace falta pasar frío y esperar, se espera. Unos gritos sobre los bíceps y el lanzamiento de caramelos no se los quita nadie...

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