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Columna
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¿Andando?

La Castellana era un escenario posnuclear. En Nochevieja y durante el resto de las madrugadas navideñas decenas de personas deambulaban por la gran avenida con la mirada perdida, oteando desesperadamente el horizonte, tambaleantes y ateridos. Aunque parecieran supervivientes de una hecatombe, eran simplemente ebrios ciudadanos en busca de la escasa y preciada esmeralda de un taxi libre.

No es una experiencia agradable andar varios kilómetros hacia atrás o volteando permanentemente la cabeza. Orinar cada 10 minutos entre dos coches, escuchar los cánticos desafinados de los diferentes grupos de cena de empresa con los que habrá que disputarse un taxi como las tribus pelean por el último mamut. Pero hay algo positivo en esta situación, un gran descubrimiento: lo increíblemente lejos que se llega en Madrid andando.

Mucha gente incluso ha empezado a acudir al trabajo a pie. En chándal y con una mochila

La ciudad goza de rutas por la sierra, de agradables bulevares y de un creciente número de calles peatonales, pero el hallazgo del buscador de taxis al alba no es el placer del paseo, sino el simple y fascinante hecho de que sus pies son un efectivo medio de locomoción. Madrid es más amplio en nuestra imaginación que en la realidad. Es incesante la reivindicación de un carril bici y las instituciones no cejan de promover el uso del transporte público, pero cada vez más madrileños estamos descubriendo la utilidad de desplazarse andando.

Mucha gente incluso ha empezado a acudir al trabajo a pie. En chándal y con una mochila al hombro donde guardan la ropa formal, están dispuestos a invertir hasta una hora y media en llegar a la oficina. El coche o el metro probablemente agilizarían el trayecto, pero les restarían la libertad, la independencia y el ejercicio que proporciona andar. En media hora se pueden quemar 150 calorías.

Caminar nos enfrenta a veces al calor y al frío inclementes, pero nos exime del estrés de los atascos, de las aglomeraciones de los vagones, de las esperas en los andenes o las paradas de autobús. A veces, incluso, los pies son más raudos que el coche. En las calles de Hortaleza y Fuencarral (que pronto será peatonal) se circula a una media de cuatro kilómetros por hora, mientras que andando se va a seis.

Además, según un estudio británico realizado en 32 ciudades de todo el mundo, los madrileños somos los terceros caminantes más veloces, por detrás de los habitantes de Singapur y Copenhague. El frenético ritmo de vida de las grandes metrópolis ha acelerado a sus ciudadanos, que andan un 10% más rápido que hace una década. Un madrileño, a paso relajado, se hace un Cibeles-Moncloa en tres cuartos de hora y un Nuevos Ministerios-plaza de Castilla en media.

Estamos continuamente intentando ganar tiempo. La jornada laboral, los desplazamientos, los compromisos familiares... nos roban unos minutos preciosos que peleamos infructuosamente por recuperar. Pero quizá la lucha inteligente sea la de enriquecer esos momentos fatalmente perdidos. La calidad de vida no está únicamente en rapiñar tiempo libre, sino en iluminar esa gran parte del día oscurecida por el trabajo y sus trayectos de ida y vuelta. Muchas empresas se están replanteando sus estrategias de producción y su relación con los asalariados. Google es quizá el ejemplo extremo de una nueva concepción de empleo donde, junto a la faena, cabe la relajación, la diversión, la flexibilidad de horarios y la imaginación. Pero mientras la mayoría de nuestros trabajos consista en fichar y en invertir ocho horas delante de un ordenador y bajo un jefe, al menos está en nuestra mano estimular, reinventar y potabilizar los 70 minutos de media que tardamos los madrileños en ir y volver del curro.

Es una cuestión de prioridades. Quizá merezca la pena levantarse un poco antes y convertir el trayecto al trabajo en una actividad agradable donde hacer algo de ejercicio y redescubrir un paisaje al que apenas prestamos atención a través de una ventanilla. Andando tomamos la temperatura a la ciudad, tratamos con sus olores y sus sonidos mientras escogemos la intensidad del aire en la cara. El interés de nuestras vidas no sólo depende, como sucede en las películas, de la altura de nuestra actuación y de la solidez de la trama, sino de la variedad y la belleza de los escenarios donde transcurre. Y Madrid es, como Hollywood, un inmenso y rico plató donde se puede llegar muy lejos paso a paso.

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